Presente y regalo… son lo mismo
Los adultos hemos perdido la naturalidad de reconocer lo que sentimos y lo que queremos.
Nos hemos acostumbrado a hacer y tener. Y sin darnos cuenta hemos caído en una cárcel mental y emocional, desde donde nos sentimos sometidos, anulados, solos, vacíos o sin salida.
Pero salir de ella es tan sencillo que por lo general no nos lo creemos y mucho menos lo hacemos. Para salir de nuestra cárcel solo necesitamos reconocer que estamos viviendo en ella.
En cuanto lo hacemos, volvemos a expresar, al principio con esfuerzo, pero poco a poco con naturalidad, todo aquello que sentimos, todo lo que queremos y también lo que no queremos, en otras palabras, volvemos a sentirnos vivos, volvemos a amar y eso incluye sentirnos libres, sin la necesidad de justificarnos, culpar, juzgar, exigir, atacar ni defendernos. Dejamos de «tener la razón» para «ser quien somos».
La necesidad acumulada de sentir y expresar nos convierte en seres resentidos, violentos, fríos, enfermos o crueles.
Nos lleva a hacer y tener cosas o situaciones que nos cargan con culpa, vergüenza o miedo.
Nos creemos que la solución a esto es tan difícil y compleja como la acumulación que llevamos encima pero es realmente sencilla y natural, basta con reconocer nuestra acumulación de sentimientos para que pierdan fuerza y control en nuestra vida.
Es tan sencillo como llamar por su nombre a cada uno de nuestros sentimientos y una vez reconocidos, dejarlos ser, que salgan a la luz, es automático el cambio que experimentamos, es algo así como «llevar la sombra a la luz», es un acto de amor por nosotros mismos, es gratis, natural y está al alcance de todos.
Tenemos la opción de negarnos y de resistirnos a esto posiblemente porque creemos que la solución a nuestros problemas está fuera de nosotros y fuera de nuestro alcance.
En esos casos nos repetimos «yo estoy bien» sin estarlo, «que alguien me diga lo que tengo que hacer» porque no quiero ser responsable de mí mismo, «que hagan o que cambien los demás» porque yo no quiero salir de mi zona de confort, “no pasa nada” porque me niego a reconocerlo y a darle importancia a lo que soy y siento.
Pero nunca es tarde para aceptar, para querer ver más allá, para seguir avanzando, pues la solución está en nosotros, sencillamente permitiéndonos ser y sentir en el instante presente.
Nuestro regalo de vida es sencillamente: vivir el presente.