EL SENTIDO DEL DOLOR

El dolor nos recuerda que somos diferentes, cada uno con sus propios límites, limitaciones, capacidades y potenciales. Nos recuerda que somos igual de diferentes.
El dolor, nos ayuda a darnos cuenta si estamos usando nuestra brújula interior que nos guía para saber si seguir, parar o recalcular ruta.
El dolor es el sensor auto regulador que nos ayuda a respetar nuestra necesidad de expresarnos y de reconocer nuestras emociones todas sin excepción, porque si no lo hacemos a tiempo el volumen y la intensidad aumentan hasta que aprendamos que el dolor es nuestro aliado y no nuestro enemigo, ya sea por agotamiento o por rendición. Es un aprendizaje por el que tarde o temprano pasamos gracias al dolor.
La creencia o costumbre de decir “no pasa nada”, “no es para tanto”, “ya se pasará”, “aguanto” o “yo he vivido momentos peores” no soluciona, no reconoce, no respeta y mucho menos nos acerca a la empatía y a la responsabilidad de encontrar la salida, al contrario nos conduce al conflicto, a la depresión, a reprimirnos, anularnos, insensibilizarnos y a negar la verdad de lo que sentimos.
Sentir viene de la raíz “sentire” que significa “ir adelante” o “tomar una dirección”, por eso la importancia y la prioridad de permitirnos sentir, alineándonos consecuentemente con lo que hacemos, pensamos y decimos, porque lo natural y humano es avanzar, estar en constante cambio y cualquier bloqueo en “el sentir” nos paraliza, enferma, enloquece, desconecta o traumatiza. Y no está mal, pero si generamos acumulación de aprendizajes pendientes de integrar, aplicar y transcender.
La creencia que nos lleva a actuar como si estuviéramos bien cuando no lo estamos, como si estuviéramos tranquilos cuando estamos cargados, o conformes cuando estamos heridos, nos lleva a acumular emociones hasta que no podamos más. La acumulación tiene que estallar en algún momento y de alguna manera, y en estos casos estalla por encima de nuestra voluntad provocándonos más dolor. Esto nos convierte en reactivos y al relacionarnos lo hacemos desde el ataque y la defensa, muy a pesar de tener capacidades infinitas de escucha, empatía y creatividad para encontrar nuevos acuerdos que nos permitan volver a sentirnos dignos y válidos.
Cuando no hemos aprendido que el dolor es una alarma que se dispara con el fin de ser atendida para volver a la calma y al equilibrio, nos vamos a los extremos.
Uno de estos extremos, es cuando estamos desconectados de nuestro dolor y del dolor de los demás, y nos convertimos en personas frías, distantes, rígidas, amargadas, indiferentes, apagadas o solitarias.
En el otro extremo, vivimos enfocados en el dolor propio o ajeno y nos convertimos en personas en constante lucha, sufridoras, agotadas, exageradas, dramáticas, depresivas o castigadoras.
En algunos casos podemos perder la confianza ante las señales del dolor, porque seguimos conectando con recuerdos traumáticos de manipulación o engaño en los que nos vimos controlados por el dolor fingido. Y es nuestra responsabilidad volver a confiar en nuestra capacidad de discernir entre el dolor auténtico y el dolor actuado.
No soy amante del dolor, pero si me apasiona entender y compartir el aprendizaje que experimentamos cuando vamos a su origen para apagar las alarmas, porque nos permite volver al centro de todo, a la calma, a la compasión por todo el camino recorrido.
Ya sea por enfermedad, accidente, separación, guerra, locura o muerte podemos experimentar estas situaciones difíciles con “dolor acumulado” o con “dolor reconocido”, en los dos casos hablamos de situaciones difíciles y dolorosas, pero desde dos actitudes diferentes.
Desde el dolor acumulado experimentamos inconsciencia y desconexión con la vida, porque tenemos la sensación de haber sido abandonados y de haber llegado a un “final”. Desde el dolor atendido en su máxima expresión vivimos transformación y renacimiento, porque hemos activado los recursos que nos permiten sentir el dolor con entendimiento, aprendizaje, incluso con transcendencia del concepto de muerte porque experimentada con coherencia y con sentido, nos da la sensación de estar viviendo un “nuevo comienzo” en unión, en paz y armonía.
“Sentir de manera ecuánime o equilibrada” nos permite escuchar y acompañar sin juicios, sin miedo a la muerte ni a la vida, dignificar la transcendía de los procesos, recordar que no estamos solos ni separados, que nadie nos hace daño si reconocemos la causa y la consecuencia. Sentir con la mente y pensar con el corazón nos permite elegir y honrar nuestra capacidad de sentir el dolor, y de nuestra elección de vivir y morir.