PREVENTA LIBRO Y 144 CARTAS «YO SOY LA VOZ DEL ALMA»

 

Libro y 144 cartas “Yo Soy la Voz del Alma”. Autora Guiselle Miranda Salas

Febrero de 2022, empieza el momento de preventa. La entrega y presentación empezarán en marzo de 2022.

La autora se apoya en parte de su biografía, para explicar los procesos vividos y convertidos en una técnica de consciencia, a través del autorreconocimiento y la autoalineación entre la personalidad y el Ser.

No es un libro de autoayuda, es un camino hacia el interior, hacia un proceso transcendental, personal y único, hacia un nuevo nivel de consciencia colectiva.

No se trata de una queja contra el sistema ni sobre la limitación humana, sino de una nueva forma de vivir la verdad individual en resonancia con la verdad de todos aquellos que resuenen con su propia verdad, desde el respeto.

Puedes comprar el libro y las 144 cartas “Yo Soy la Voz del Alma”, enviando un mensaje de Whastapp o llamando al (34)644444917.

También puedes encontrar más información aquí.

NO ES OBLIGACIÓN, ES AMOR

No quiero convencerte, quiero hablarte y ser escuchada.

No quiero pedirte, quiero darte sin que lo recibas como una obligación, un favor o un problema.

No quiero hablar por hablar, quiero que nos entendamos.

No quiero pruebas, quiero que valoremos tus intenciones y las mías.

No quiero controlarte, quiero compartir nuestras prioridades.

No quiero lástima, quiero respeto.

No quiero obligarte, quiero tomar mis decisiones contigo y que tú también quieras tomar las tuyas conmigo.

No quiero seducirte ni exigirte amor, quiero sentirte libre y feliz de amar mi manera de amarte.

No quiero explicaciones ni demostraciones de amor, quiero que nuestros hechos hablen con naturalidad.

No quiero juzgarte, quiero ser clara conmigo misma.

No quiero que te enfades conmigo cuando las cosas no salgan como quieres, quiero que respetes tu poder de elección y que ames ser quién eres.

No quiero vivir sola, quiero amar mi independencia tanto como la compañía y el silencio tanto como las palabras.

No te necesito, amarte es parte de mis prioridades.

No dependo de ti para ser feliz, cuando soy feliz confirmo que estoy amando lo que hago y estoy haciendo lo que amo.

Cuando me permito ser quien realmente soy, puedo verme en ti sin perder mi libertad.

Cuando me obligo o me exijo a ser mejor, me convierto en tus expectativas y tus necesidades.

Cuando abro mi corazón, amo y me siento amada.

Cuando me cierro a amar, mi alma habla a través del dolor que veo en los demás, porque el amor es uno con todo.

 

 

 

INDIFERENCIA O FRIVOLIDAD. ¿Qué estamos eligiendo o permitiendo?

 

Somos una civilización que usa la imposición y el miedo para conseguir objetivos, pero también una humanidad que quiere cambio con benevolencia para atender el miedo de todos.

La línea de insensibilidad tiene muchos matices: pereza, rechazo, indiferencia, juicio, egoísmo, insensibilidad, narcisismo, frivolidad…

Podemos ser indiferentes porque no nos damos cuenta, no tenemos interés, no sabemos cómo expresarnos, nos da miedo ser parte, porque creemos que no tenemos nada que aportar o creemos que es peor atender que actuar como si no pasara nada. Nos convertimos o aparentamos ser indiferentes porque no confiamos en nosotros mismos.

Podemos ser frívolos porque disfrutamos poseer y hacer con los demás lo que nos interesa, nos motiva crear estrategias para conseguir resultados a nuestro favor, aunque tengamos que pasar por encima de los demás, ir en contra o luchar para ganar el poder sobre otros. En estos casos la agresión se vive como justificación. No existe confianza en nada, al contrario, comprar o aparentar confianza hace parte de la estrategia. Nos convertimos en seres destructivos creyéndonos salvadores o dueños de los demás.

Cuando la confianza habla hay claridad y respuesta. La sensación es de cercanía y transparencia. Las palabras y los hechos dicen lo mismo. El resultado es benevolente para todos.

Cuando la desconfianza habla hay mentiras que aparentan claridad y respuesta, pero la sensación es de aturdimiento y pesadez. Las palabras y los hechos son contradictorios. El resultado es caótico.

La confianza nos permite abrirnos para dar y hacer lo que más queremos. Y la desconfianza nos cierra, nos sentimos incapaces de dar, obligados a hacer, a la espera, humillados o necesitados.

La confianza nos permite madurar y ser nosotros mismos el cambio que queremos ver. La desconfianza nos obliga a exigir o esperar que alguien ajeno solucione o se responsabilice del cambio que queremos.

La confianza nos despierta recursos propios para comunicarnos y entendernos. La desconfianza nos provoca consumir y depender de recursos ajenos para atacarnos, separarnos, compararnos y defendernos.

La confianza nos ayuda a desarrollar la capacidad de sostener para recuperar y sanar. La desconfianza nos hace intolerantes, inseguros, irascibles o conflictivos.

La confianza nos indica el camino hacia la paz y la felicidad con sentido propio. La desconfianza nos hace sentir perdidos y en peligro.

¿Pero cómo desarrollamos confianza en nosotros mismos?

Tratándonos con respeto, atendiendo con prioridad nuestras necesidades físicas, emocionales y mentales, de hecho, antes que intentar atender o cambiar las necesidades de los demás. Reconociéndonos como seres humanos y sagrados. Dignificando los “errores” o tropiezos como “desafíos” para encontrar la clave de la maestría dentro de nosotros mismos. Incluir todo lo vivido como un proceso importante para recordar quienes somos y para llegar a relacionarnos sin desatender el dolor humano. Tratándonos con mimo, porque si lo conseguimos podemos hacernos respetar y tratar con respeto, incluso a quienes no saben hacerlo.

“El día que los seres humanos nos respetemos a nosotros mismos, ese día nada ni nadie podrá herirnos ni anularnos”

Por lo cual, me permito reconocerme un ser humano con la grandeza de atender mi vulnerabilidad y de integrar cada vez más, la fortaleza y la transparencia en mí y en todas mis relaciones.

LA SOMBRA

Nuestra sombra nos acompaña a donde vayamos.

En apariencia es inocente, insignificante, incluso invisible, pero si no la reconocemos nuestra, nos asusta y nos controla.

Nuestra sombra guarda todo lo que es secreto, se alimenta de nuestro esfuerzo por ocultar o negar lo que somos o hacemos, pero también nos puede nutrir y sostener si asimilamos de lo que no se ve o nos da miedo ver.

Mientras más secretos, más nos controla y más en peligro nos sentimos, porque lo que ocultamos nos avergüenza y lo que negamos nos hace soberbios.

Es fácil creer que nuestra sombra es “mala” si no entendemos su gran poder dentro del “bien”.

La sombra nos acompaña durante toda la vida para recordarnos que somos luz y sombra en unidad.

Pretender ser solo luz, nos hace gastar nuestra energía en las apariencias y en la estrategia para conseguir ser quienes no somos.

Ocultar y negar nuestra sombra nos intoxica, por lo cual, lo que comemos nos hace daño, nuestras relaciones nos ahogan, nuestros deseos nos hacen pobres, nuestros compromisos nos atan, nuestros objetivos nos pesan, nuestra visión nos hace dependientes.

El día que los seres humanos entendamos y practiquemos la aceptación de nuestra sombra, empezaremos a brillar. Ese día recordaremos nuestro poder de transformación como un acto de amor propio y de evolución sagrado.

EL MIEDO A AMAR

EL MIEDO A AMAR

EL MIEDO A AMAR

Sin darnos cuenta, aprendemos a callar por miedo a hacer daño a los demás y por miedo a que nos hagan daño.

Sin darnos cuenta, aprendemos a obedecer y a agradar a los demás antes que a nosotros mismos por miedo a ser abandonados y por miedo a no seguir siendo parte de una relación.

Sin darnos cuenta, aprendemos a acumular resentimiento y frustración por miedo a que nos juzguen y por miedo a enfadar más a los demás.

Si nuestro cuerpo fuera una casa, el miedo y el dolor serían las alarmas que dan el aviso inmediato para hacer cambios inmediatos. Cambios o gestos de amor propio y de amor hacia los demás, pero si no atendemos la alarma, nos acostumbramos al ruido estridente de tener las alarmas encendidas todo el tiempo. Sin darnos cuenta hacemos de nuestra casa un lugar peligroso y con el tiempo se convierte en nuestra propia cárcel.

Nuestro cuerpo es nuestra casa y nuestro templo porque quien habita en ella es lo más sagrado para nuestra experiencia de vida y porque somos una creación divina. Dios está dentro de nosotros escuchándonos y hablándonos en todo momento, su voz es nuestra consciencia, solo hace falta parar y respirar para escucharle y sentirle en nuestro interior. Dios es quien sabe que debemos hacer en cada momento, incluso cuando se nos disparan las alarmas.

No hace falta pedir ni insistir a Dios sobre lo que queremos, porque lo sabe todo. No hace falta humillarnos ni sacrificarnos porque nos hizo libres y abundantes. Somos nosotros quienes le ignoramos.

Mientras más comunicación tengamos con Dios en nuestro interior, más cuidado y respetado será nuestro cuerpo, porque si Dios vive dentro de nosotros, nos llenamos de paz, compasión, confianza, plenitud y vida.

Nuestros cuerpos y nuestras mentes enferman cuando hemos dejado de sentir a Dios en nuestro interior. Y los milagros existen porque solo hace falta un instante para volver a sentirle dentro.
Todos hemos enfermado y hemos vivido milagros, nadie nos lo ha enseñado, pero lo sabemos porque hace parte de nuestra capacidad de sentir.

Es importante preguntarnos ¿Siento a Dios dentro de mi o me he desconectado sin ni siquiera darme cuenta? Porque en cuanto salimos de la ignorancia, activamos nuestra consciencia en el mismo instante y ese es el milagro.

EL AMOR NO ES UNA EMOCIÓN, ES UN ESTADO

El amor no es una emoción, es un estado.

Me dedico a sanar el trauma, entendiendo trauma como shock, parálisis, olvido o herida del alma. La herida de mi alma, aunque no lo parezca o pueda parecer que me dedico a sanar el trauma de los demás, a solucionar sus problemas o a meterme en el infierno que puedan estar viviendo, yo no lo vivo así ni me motiva llegar a hacerlo.

Mi prioridad se ha convertido en querer hacer todo lo que sea necesario para mantenerme en ese estado de amor propio, donde me ocupo de recuperar la responsabilidad y la libertad de mi propio proceso, porque cuando lo abandono, me pierdo, pero reconocerlo me motiva a volver sin importar el tiempo que tarde hasta que lo consiga porque es lo mejor que conozco y cualquier otro estado es ausencia de amor.

Mi concepto de “amor” e “infierno” tienen algo en común, lo entiendo como estados o frecuencias. En el amor recuerdo quien soy, recupero el sentido de lo que vivo y encuentro la motivación para continuar fluida y constantemente en él. En el infierno olvido quien soy, con la sensación de haber perdido el sentido propio, pero con la oportunidad de aprender a honrar todo cuanto existe, incluida la sensación de no existir y de no ser, aún corriendo el riesgo de perder el interés de recordarlo. Sé que todos en este mundo vivimos nuestro “propio infierno”, nuestros “propios problemas”, al igual que sé que todos tenemos la capacidad de despertar, recordar y volver a amar, y eso me alivia, me ayuda a sentirme igual y parte de todo.

En estos dos estados, tanto del amor como de la ausencia de él, somos nosotros los personajes principales y además los responsables de salir y entrar, aunque olvidemos hacerlo a veces con mucha frecuencia. Cualquier “ayuda” o “solución” que recibimos o damos, se puede vivir como ganancia, solo si lo hacemos habitando nuestro propio estado y respetando que la otra persona habite el suyo. Es una ilusión óptica o mental creer que podemos amar o ganar, al dar y recibir habitando o “invadiendo” el proceso o estado del otro.

El concepto “propio” es clave, para recordar que la plenitud la encuentro reconociendo lo que siento, habitándome y ocupándome de mi misma. Sin habitar, entrar, ocuparme o pretender cambiar la esencia propia de los demás. «Propio» marca la diferencia y al mismo tiempo la igualdad por compartir la misma prioridad de habitarnos cada uno a nosotros mismos, de lo contrario nos sentimos perdidos, necesitados, culpables, en deuda o salvadores de alguien o por alguien. 

Amo lo que hago y hago lo que amo, porque voy perdiendo el miedo a mi propio infierno. Hacerlo me ha recordado que he estado y salido de mi infierno honrando mi existencia y la existencia de todos, me ha recordado que las veces que lo he elegido, he caído o he permitido entrar en él, lo he hecho desde la impronta de llegar a sentirme libre incluso allí. Quienes vienen a terapia tienen la sensación de «querer y no poder» salir de su propio infierno, pero vienen porque quieren reconocer su estado, mantener o recuperar la responsabilidad de sus propios procesos, les duele y molesta estar más tiempo allí, su intención es salir recordando quienes son y entendiendo el sentido de haberlo elegido. Y cuando salen de sus infiernos lo hacen por la puerta grande, la salida hacia el mejor de sus estados: el amor propio.

ELIJO CAMINAR MIS MIEDOS Y VOLAR RECONOCIÉNDOLOS

ELIJO CAMINAR MIS MIEDOS Y VOLAR RECONOCIÉNDOLOS

Honro las diferencias que nos unen y al mismo tiempo las que nos separan porque somos únicos, porque nos enseñan a empatizar y nos ayudan a construir el puente entre la mente y el corazón. El miedo reconocido nos conecta a la coherencia y a la consciencia individual y colectiva por eso elijo caminar mis miedos y volar reconociéndolos.

Cuando genuinamente soy feliz de compartir y entregarme desde lo que soy, estoy aprendiendo a “dar” con empatía equilibrada porque mi felicidad de dar no depende de quien recibe ni de cómo lo recibe sino del simple hecho de dar con sentido propio. Sin pena, lucha, ansiedad ni obligación.

Cuando genuinamente soy feliz de aprobar y abrirme desde lo que soy, estoy aprendiendo a “recibir” con empatía equilibrada porque mi felicidad no es complacer a quien me da sino aceptar con sentido y dignidad lo que recibo. Sin deuda, amenaza, mentira ni exigencia.

Empatía desde el equilibrio porque hay libertad y coherencia al dar y al recibir. Y desde dicha coherencia aprendo a empatizar conmigo y con los demás.

Aprendemos a empatizar o a insensibilizarnos desde que nacemos dependiendo de lo que se potencie en nuestro interior: “fortalezas” o “debilidades”. Si las relaciones, los límites y las condiciones nos ayudan a valorar nuestras fortalezas desarrollaremos empatía equilibrada. Y en el caso contrario, de dar más valor a nuestras debilidades desarrollaremos carencias o excesos que nos llevarán a desconectar con lo que sentimos y/o con lo que sienten los demás, justificándolo con indiferencia o dándole prioridad a lo que subjetivamente es “correcto” o “incorrecto”, poniendo en juego la valía, la dignidad y la sensibilidad en nuestras relaciones.

Cuando NO EMPATIZAMOS CON NOSOTROS MISMOS es porque en algún momento hemos aprendimos que era bueno o placentero “dar” y malo o doloroso “recibir”. Y cuando NO EMPATIZAMOS CON LOS DEMÁS es porque en algún momento hemos aprendimos que era bueno o placentero “recibir” y malo o doloroso “dar”. También existe la posibilidad de DESCONECTARNOS DE EMPATIZAR CON NOSOTROS Y CON LOS DEMÁS porque en algún momento aprendimos que era malo o doloroso tanto “dar” como “recibir” porque no fuimos escuchados, valorados o respetados en ninguna de las dos acciones.

La buena noticia es que el ser humano tiene todos los recursos en su interior para conectar consigo mismo, con los demás y con su entorno, dependerá de lo conectados o desconectados que estén su mente, con su corazón y su cuerpo. Para sanar el corto circuito que nos vuelva a conectar con la coherencia y la consciencia, no servirá de nada la obediencia, los premios ni los castigos porque solo la frecuencia del amor activará el amor propio, la confianza interior y la confianza en la vida.

Por eso mi manera de sentir, así como la tuya y la de cada ser humano son un reflejo de lo conectados que estamos y no de lo obedientes que somos. Pretender corregir o juzgar lo que sentimos o lo que sienten los demás nos aleja de la coherencia a todos. Ante alguien que siente miedo o frío (aplica para cualquier sentir) no tiene coherencia juzgarle o corregirle porque eso no hace desaparecer su sentir, al contrario, al negarlo o resistirnos a su existencia, reforzamos más su sentir porque estamos potenciando su debilidad y no su fortaleza, por nuestra parte estamos alimentando una lucha perdida por la falta de aceptación, entendimiento, empatía y solución con coherencia para todas las partes implicadas.

Todos nos conectamos desde una “frecuencia emocional” que nos lleva a sentirnos peor o mejor, más coherentes o menos coherentes, dependerá de lo conectados que estemos con nosotros mismos. No de lo inteligentes que somos, de la edad que tenemos ni de lo que otros nos quieren enseñar.

BENDITOS ACUERDOS Y BENDITOS DESACUERDOS

Benditos Acuerdos y Benditos Desacuerdos

He aprendido que los “verdaderos acuerdos”, son viables con quienes encuentro soluciones donde todas las partes ganamos, donde todos nos sentimos respetados y coherentes. Y además coincidimos en enfocarnos y agradecer los resultados que alimentan la honestidad y el progreso al compartir una situación o un espacio. En estos casos, nadie queda en deuda ni en ventaja, nadie pierde ni hay un único responsable. No hay espacio para retener enfado, miedo a hablar ni resentimiento porque hay tal claridad y confianza que en el momento en que surge un imprevisto o aparente “problema”, los intereses son los mismos y todas las partes nos implicamos al máximo por encontrar nuevas soluciones que mantengan la relación en una actitud de gana/gana.

En los casos en que he hecho todo lo posible y no ha sido viable llegar a un verdadero acuerdo con alguien, porque alguna de las partes pierde o sencillamente no puede disfrutarlo, he aprendido a aceptar y respetar sólo en estos casos “los desacuerdos”. Y aunque el propósito es el mismo, que «todas las partes consigamos sentirnos respetados y coherentes” esta vez la gran diferencia es que tengo la certeza de NO compartir una situación o espacio, principalmente porque alguna de las partes pierde y no hay interés en común por encontrar una nueva solución, en estos casos el desacuerdo se convierte en la mejor opción para que todas las partes, mantengan o recuperen su responsabilidad, su dignidad y su estabilidad sin dependencia, sin exigencias, sin deuda, sin obligaciones, sin mentira y sin engaños.

Aprender a respetar los desacuerdos me ha enseñado a recuperar mi sitio y mi paz interior, sin la aprobación ni el reconocimiento de nadie. Cuando NO es viable llegar a un verdadero acuerdo de gana/gana con alguien, el verdadero acuerdo es conmigo misma, porque la sensación de ganancia y confianza sólo la obtengo cuando soy coherente al hacer lo que realmente tiene sentido para mí, no me obligo a enfocarme o dar prioridad a lo que quieren los demás, y tampoco obligo ni juzgo a los demás por tener prioridades diferentes a las mías.

«Son tan necesarios y sanadores los acuerdos como los desacuerdos porque son dos caminos diferentes, pero los dos nos pueden llevar al mismo sitio: al respeto, la confianza y la paz interior. Son dos opciones que podemos usar para facilitar el conflicto y evitar que se estanque, cuando la prioridad es encontrar el equilibrio entre puntos de vista totalmente diferentes»

ANTE LA DIFICULTAD, LA SALIDA ES HACIA DENTRO

ANTE LA DIFICULTAD, LA SALIDA ES HACIA DENTRO. Kinesiologia en Altea. Quiromasaje, Bioingeniería cuántica, masaje metamórfico. Alicante
ANTE LA DIFICULTAD, LA SALIDA ES HACIA DENTRO. Por lo general lo etiquetamos todo: malos y buenos, víctimas y agresores, débiles y fuertes. Creemos que rechazando lo que no nos gusta o lo que nos duele, lo solucionamos, pero realmente sólo nos sirve para compararnos, para sentirnos mejores o peores que los demás, para dar pasos en el mismo lugar, para guardar resentimiento o ambición y en el peor de los casos, para paralizarnos, rendirnos y soltar a otros toda la responsabilidad de lo que nos pasa. Pero en el fondo, todos queremos encontrar la salida y seguir avanzando, hacer lo que realmente queremos, encontrar respuestas y el sentido de estar vivos.

¿Por qué existen las situaciones difíciles y dolorosas?, ¿para qué?, ¿podemos salir bien librados de ellas? Si podemos, la dificultad o los “problemas” nos dan a elegir dos puertas.  Una de las puertas es muy grande y cómoda, es la que nos lleva a conocer el sufrimiento en cualquiera o en todas las facetas, una vez la atravesamos, nos envenenamos y envenenamos a otros y sin ni siquiera darnos cuenta. La otra puerta, es muy pequeña y estrecha, es la que nos lleva al aprendizaje, donde nos encontramos con nosotros mismos y entendemos el sentido que tiene la dificultad en nuestra vida.

Las dos puertas son válidas porque las dos nos permiten avanzar, de maneras diferentes, pero igualmente importantes. Si elegimos la puerta grande caminaremos hacia fuera, a nuestras anchas y posiblemente acompañados, sumando dolor, desarrollando capacidades para defendernos, luchar, rechazar y poner resistencia, enfocados en lo que el otro o los demás tienen que hacer, dejar de hacer o cambiar, preparados para la siguiente experiencia en la misma línea, acostumbrados a que la situación se repita una y otra vez en diferentes medidas y relaciones, nos sentimos cada vez más desconfiados, hechos a justificar juicios, quejas, amenazas y críticas. Si elegimos la puerta pequeña caminaremos hacia dentro, hacia el entendimiento de nosotros mismos, enfocados en ver la herida que tenemos dentro, en lo más profundo, algo que sigue roto o pendiente de limpiar, desarrollando la capacidad de volver a unir e integrar, con la certeza de que al cerrar los temas abiertos en nuestro interior, no volveremos a pasar por lo mismo, porque al bucear dentro y cerrar ciclos, fortalecemos nuestras bases, avivamos nuestras raíces para seguir creciendo a nivel personal y sin ni siquiera darnos cuenta, también crecemos a nivel familiar y social, la sensación al cruzar esta puerta es de agradecimiento y paz interior, porque entendemos el origen de nuestro dolor, y eso nos ayuda a seguir avanzando hacia donde queremos ir, nos permite ver hacia fuera con neutralidad a pesar de que el exterior aparentemente siga siendo el mismo o vaya a peor.

Es humano elegir primero la puerta grande porque es la que nos llevará por cansancio a elegir la puerta pequeña, la definitiva. La puerta grande es EL CAMINO y la puerta pequeña es LA SALIDA.

En la puerta grande las emociones nos superan y en la puerta pequeña las emociones son nuestros guías. Esto explica porque llega un momento en nuestras vidas en donde la dificultad, no deja de existir, pero si deja de ser un camino para convertirse en una salida. Es humano sentir todo tipo de emociones, el problema es perdernos en ellas y dejar de avanzar.

Avanzar es usar la salida, es ir hacia dentro, es volver al origen, al equilibrio, es permitirnos hacer lo que queremos, lo que más nos gusta, sin presionar ni despreciar a los demás porque están eligiendo sus propios caminos y salidas.

Lee también: http://sanati.es/una-mirada-a-nuestra-autoestima

AYUDAR O SEMBRAR

Ayudar o Sembrar: El alimento, la energía y la sombra alcanza para todos las partes siempre que se respete el proceso orgánico. Altea, Alicante. kinesiolgía
Ayudar o Sembrar… Cuando caen semillas vivas en tierra preparada, se mantiene y se multiplica la vida, permanece el constante cambio, la transformación, y además del crecimiento y el beneficio individual, también se manifiesta el crecimiento y el beneficio colectivo. El alimento, la energía y la sombra alcanza para todos las partes siempre que se respete el proceso orgánico, pero cuando el ciclo de la vida no se completa, se altera, o se interrumpe, sólo unos pocos se benefician de la ayuda y de la siembra.

Es importante el tipo y el estado de la semilla, tan importante como el de la tierra porque si alguna de las dos partes no es apta o no está preparada, no habrá fruto, aunque haya luz, agua y todos los recursos necesarios.

Si pudiéramos ver la “ayuda” como una “semilla”. Y a la “persona que necesita de otros para su transformación”, como la “tierra en dónde caerá la semilla”, veríamos con mayor perspectiva el “propósito de ayudar y ser ayudado”.

A ningún ser humano nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer, que nos señalen, critiquen o juzguen. Al contrario, nos gusta sentirnos reconocidos, apoyados y valorados. Pero esta teoría no es tan fácil de aplicar cuando actuamos desde la ignorancia del equilibrio de la Vida, de quienes somos, de nuestras capacidades y la de los demás.

En los casos, en que la opción de ayudar nace de emociones positivas y equilibradas como el respeto, la compasión, la libertad, la verdad, la confianza, el entendimiento, el agradecimiento… estamos sembrando semillas vivas, sin el interés de interrumpir el proceso de fotosíntesis y de transformación natural de cada persona. En estos casos, el interés de que todas las partes se vean beneficiadas es parte de nuestro propósito.

En los casos, en que la opción de ayudar nace de emociones negativas y contradictorias como la lucha,  el sacrificio, ,la crítica, la mentira, la pena, la vergüenza, la necesidad, la carencia, la amenaza, la culpa, la violencia… estamos sembrando semillas alteradas o sin vida, sin el interés ni la capacidad de valorar los procesos de todos y de cada una de las partes, al contrario nos sentimos con el derecho de obligar, acelerar, evitar o cambiar a otros a que sean como nosotros, convirtiéndonos en héroes, salvadores o jueces, con el derecho de criticar el equilibrio de los procesos individuales y de poner en duda el equilibrio de la naturaleza y de la creación universal.

Cuando ayudamos a personas que NO nos han pedido ayuda, porque posiblemente no pueden pedirla en ese momento o no están dispuestas a valorar lo que hagamos, y aún así ayudamos, es lo mismo que sembrar en tierra “no preparada” o en tierra “ajena”, invadimos o nos invaden sin darnos cuenta, nos frustramos porque nos hacemos falsas expectativas y porque no conseguimos recoger la cosecha.

Cuando ayudamos a personas que, SI nos la han pedido, y además tienen la capacidad de valorar y asumir las consecuencias de lo que piden, se hacen responsables de los cambios que la ayuda les impulsa a hacer. En estos casos, nuestras semillas han sido sembradas en tierra fértil, preparada para producir y multiplicar los procesos de transformación. Vamos ligeros por la vida, sin las consecuencias de invadir, obligar ni manipular a nadie a ser responsable, tampoco nos sentimos utilizados ni obligados a huir de los demás, porque nos basta y sobra, ser responsables de nosotros mismos y de nuestra propia siembra.

Cuando NO sabemos pedir ayuda o rechazamos la ayuda, se hace pesado, convertimos la vida en una lucha, nos convencemos de que la vida es dura e injusta, nos convencemos de que tenemos que cambiar el mundo, nos volvemos expertos jueces de la siembra de los demás. Pero la Vida es perfecta y nos recuerda que abonar durante la siembra también hace parte importante del proceso de crecer.

¿Cómo podemos ayudar a personas necesitadas que no se dejan ni piden nuestra ayuda? ¿cómo sembrar en tierra no fértil o no apta para sembrar?… Usando nuestra semilla como abono en nuestra propia tierra, en nuestra propia siembra. Ocupándonos y conociéndonos a nosotros mismos, evitamos sembrar nuestras semillas en tierra no preparada y evitando invadir tierra ajena.

Sembrar o abonar en nosotros mismos nos permite ocupar nuestro sitio, cuidarlo y disfrutar de nuestra propia cosecha, sin expectativas, pero con la confianza de que podrá ser compartida con quien quiera y la pueda valorar. No es un acto egoísta, al contrario, es un acto de respeto, de mucho valor y responsabilidad por nuestra parte, de aprender a ver nuestros límites, nuestros procesos, nuestras capacidades y la de los demás.

 

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