NUEVAS MANERAS DE VIVIR

Nuevas maneras de vivir

 

Nuevas maneras de vivir

 

En mi planeta todo era oscuro, era prohibido la expresión de las emociones, era prohibido sentir lo que sentían los demás, era prohibido decir la verdad, era prohibido SER libre, auténtico y responsable.

Quien lo hiciera era castigado, aislado o ejecutado, según lo decía la “ley” fundamentada en la imposición, la rigidez y la ausencia de compasión.

Vivíamos dentro de una estructura fundamentada en la ley o “norma”, que obligaba de manera encubierta al ser humano a ser “normal”.

Dentro de esta estructura autoritaria predominaba el abuso, el control y el poder de unos sobre otros. La creencia del tener que “tener” era la gran ilusión, una falsa motivación que entretenía al ser humano fuera de sí y evitaba que encontrara sus verdaderas respuestas dentro.

El consumismo, el prestigio, la competencia, la comparación, la negación, la falsedad y el miedo eran el alimento y el medicamento por el que el ser humano se sacrificaba o luchaba en el día a día.

La alimentación, la cultura, la sexualidad, la educación, la salud, la política, la religión y todos los sistemas eran oscuros y rígidos. En ellos el ser humano olvidaba quien era, olvidaba su propio sentido de la vida y el de la vida misma, aprendía a actuar como víctima o agresor, malo o bueno, rebelde o sumiso, extremos igualmente fuera de sí y fuera del equilibrio.

¿Qué sentido tiene un planeta donde el ser humano se desconecta de su alma y de su espíritu? ¿del amor y de la sabiduría interior? Lo más parecido a la muerte, también es lo más cercano a la transformación y a una nueva vida.

En mi planeta ya ha empezado a amanecer y somos cada vez más vibrando con sonido y sentido propio, viviendo la oscuridad y la luz en el proceso hacia el equilibrio. Porque estamos recordando que antes de olvidar quienes somos, hemos elegido venir a avanzar hacia donde queremos ir.

Hemos estado perdidos en el tiempo y en el espacio, en los extremos, entre la oscuridad y la luz. Y ahora estamos encontrando la salida en el medio, donde todo vuelve a tener color, donde volvemos a sentir, volvemos a conectar con nosotros y con los demás. Ahora empieza una nueva vida y con ella, nuevas maneras de vivir.

El nuevo ser humano es compasivo porque nos estamos permitiendo reconocer el miedo y las emociones que nos paralizaban, nos aislaban y nos empujaban a luchar, ayudar, sacrificarnos, atacar, convencer y defendernos. Estamos recordando nuestra capacidad de elegir, de amar y unir. Nos sentimos movidos por la pasión que nace dentro y no de las indicaciones que vienen de fuera, es propia ya no es impuesta, es nueva ya no es conocida, es transparente ya no es débil, es infinita ya no es eterna porque estamos asumiendo las consecuencias de un continuo cambio.

SER libre, auténtico y responsable.

 

Las nuevas maneras de vivir son el amanecer de nuestro día y las viejas maneras de vivir son nuestras creencias aprendidas mientras dormíamos en la noche oscura.

EL ENGAÑO Y LA SEMILLA DE LA COMPASIÓN

 
 
"Engaño", a tu lado he desarrollado la fortaleza y la confianza en mí, mi capacidad de discernir para elegir y asumir.

«El Engaño y la semilla de la Compasión»

 
 

El Engaño y la semilla de la Compasión… Era de noche, caminaba, no tenía miedo… recordaba de dónde venía y quien había sido, pero no conseguía recordar hacia donde quería ir, ni qué sentido tenía ser quien era.

Cuando me encontraste, me invitaste a caminar contigo y desde entonces has sido un maestro para mí «Engaño».


Tus palabras dulces, acogedoras y cálidas, se transformaban al instante en una presencia amarga, dolorosa y fría.

«Engaño», desde el primer momento a tu lado me enseñaste la ambivalencia. Me enseñaste a abrir mi mente sin la posibilidad de entender, a abrir mis ojos sin la posibilidad de ver, a abrir mi boca sin la posibilidad de hablar, a oler sin poder respirar, a sentir sin poder disfrutar, a desear sin poder elegir y a esforzarme sin poderme mover. El todo y la nada, la vida y la muerte en una constante confusión.


Te conocí con diferentes caras, nombres y personalidades, que al principio conseguían que dudara de mí misma, después empecé a dudar de quien eras tú y finalmente de todo.


A tu lado aprendí a desarrollar el miedo, a someterme al abuso, a la violencia y a la mentira, porque de lo contrario la consecuencia era mayor “el castigo”. El castigo directo o invisibles me enseñaron a huir, a defenderme y en casos extremos a paralizarme completamente para dejar de sentir «Engaño».

Hoy celebro el camino recorrido a tu lado, porque “Te Veo” y “Me veo”. Me has enseñado y he aprendido a conocerte y a conocerme, te reconozco y me reconozco. Hoy sé quién eres y he recordado hacia donde quiero ir, en quien me he convertido y quien quiero ser. A tu lado he fortalecido la confianza en mí, mi capacidad de discernir para elegir y asumir, mi capacidad de ver con apertura y neutralidad para volver a unir mi pasado, mi presente y mi futuro.


Agradecida me libero del miedo y abrazo el entendimiento con propósito de haber caminado juntos. Hoy tu sigues tu camino y yo el mío porque el aprendizaje de lo vivido juntos lo llevamos dentro, integrado y transformado en energía viva, infinita y equilibrada llamada amor.


No juzgo a quien no pueda creer que detrás de la máscara del «Egaño» encontré las semillas del amor y la compasión. Yo tampoco lo hubiera podido creer si no lo hubiera vivido y si hoy, no estuviera disfrutando del fruto de esas semillas que durante el proceso crecieron en mí.

YO SOY LA OVEJA NEGRA

Soy la oveja negra
La oveja negra

Hoy me siento feliz de ser la oveja negra. Ha sido un proceso de dudas, de no ser quien realmente soy durante una gran parte de mi vida, de dejar pasar muchas cosas como si no me importaran o estuviera a favor de ellas cuando realmente me hacían y me hacen daño, me chillaban y me chillan los oídos y me sentía y me siento mal escuchándolas.

Podría clasificar varias etapas que más adelante explicaré. En mi caso diría que han sido:

  •  La duda
  • La negación de lo que siento
  • La confrontación
  • La impotencia
  • La incomprensión
  • El aprendizaje

Cada uno de nosotros, por lo general, nace en una familia que “idealiza” y donde las costumbres se vuelven hábitos. Estos hábitos se normalizan con el tiempo y crean unos patrones de conducta donde las cosas están MAL o están BIEN, las cosas son MALAS o son BUENAS… Si te sales de estos patrones, los cambias o los cuestionas, empieza un nuevo proceso en tu vida, se abren puertas y suenan alarmas que nunca habías imaginado pero que de una u otra manera han estado siempre ahí para ti, a la espera de que dieras el paso.

Antes de continuar, quiero dejar muy claro que esto no es una crítica a nadie, es un aprendizaje personal que comparto porque a mí me está sirviendo y me está liberando. Si alguien se puede identificar, puede hacer cambios, obtener nuevas ideas o cambiar perspectivas con esto, ¡genial! Y si por el contrario no te identificas, lo ves de una manera muy diferente o no te resuena, ¡también es genial! Porque ahí está la grandeza del ser humano, ¡en las diferencias! Las diferencias desde el respeto y la tolerancia.

Ahora sí, empiezo:

En mi caso, hasta los 30 años aproximadamente mi dinámica ha sido la de decir a casi todo que sí, la de no buscar la confrontación, la de hacer lo que DEBÍA HACER según los patrones aprendidos (tener un trabajo estable, ganar dinero, trabajar duro, tener una familia, poner buena cara), la de criticar o juzgar a los que hacían lo que a mi no me parecía bien, y un largo etc.

Desde los 30 años aproximadamente la vida me ha ido poniendo escenarios que me han hecho ir cambiando todo lo anterior y que además han sido muy visibles:

Una larga enfermedad de mi mujer donde el dinero deja de tener sentido y pierde importancia. Donde el dinero no puede cambiar este hecho.

Vivir en otro país, donde la cultura es muy diferente en varios aspectos, donde los valores son otros y donde los sentidos despiertan.

Un vacío inminente en el trabajo, donde me di cuenta de que mi vida se basaba en ser esclavo del trabajo a cambio de una remuneración que principalmente me daba “seguridad”, una seguridad mensual en la que invertía en muchas ocasiones la mitad del día, es decir, 12 horas.

Volver a estudiar. En esta ocasión por el mero hecho de aprender y entender muchas cosas que en ese momento no tenían sentido y no podían ser explicadas. Estudiar por placer y no por lucro.

 

Todo este movimiento ha cambiado mi vida. A día de hoy puedo decir abiertamente que no soy parte de lo común, pero si soy más yo. Y aquí empieza la oveja negra, en el momento que lo declaras y no te sientes entendido principalmente por tu propia familia, sino criticado y juzgado. Pero como todo, lleva un tiempo. Lleva el tiempo necesario para que tu mismo te des cuenta de que tienes que respetar tu proceso y así mismo, el de los demás.

 

Volviendo a las etapas que mencionaba al inicio, ahora sí, las detallo:

 

La duda surge cuando las cosas no son las previstas, cuando te das cuenta de que no tienes el control. Cuando empiezas a ver, sentir y creer cosas que antes no te planteabas. En este caso si vamos a un ejemplo real, diría que una de mis grandes dudas surgió cuando mi mujer se recuperó inesperadamente después de unos 6 años de enfermedad y de muchos tratamientos médicos sin ningún resultado. Una consulta de Kinesiología, donde se atendieron diversas emociones del pasado de mi mujer, nos cambió la vida por completo.

La negación de lo que siento. Empieza siendo una batalla interna. Muchas cosas cambiaron en mí, pero me negaba a aceptarlas porque me podían llevar a hacer cambios que me sacarían de mi zona de confort. Siguiendo con los ejemplos reales, aquí podría decir que sentía que tenía que dejar el trabajo y dedicarme a otra cosa. Aquí la negación fue impresionante ya que desperté miedos tales como ¿y de que voy a vivir? ¿y que voy a hacer? ¿y si las cosas no salen bien? ¿y si me estoy equivocando?

La confrontación. Una vez empecé a cambiar patrones, llegó la confrontación. Principalmente la confrontación familiar, donde tratas de explicar las cosas que estás haciendo, pero con una actitud de defensa, con la sensación de que no te escuchan y de que por más que digas las cosas, entran y salen sin resultado. En mi caso podría decir que han sido alrededor de 3 años repitiendo que no como carne ni pescado cientos de veces, pero a modo de burla y/o a modo de olvido me ofrecían cualquier clase de animal y además me decían que algo debería de comer porque me iba a quedar en los huesos, me iban a faltar nutrientes, etc. Aprovecho para aclarar que nada de esto ha sucedido a día de hoy, los exámenes de sangre son mejores de lo que lo eran hace 3 años. Yo lo veía como una falta de respeto (que en gran parte lo es) pero ha día de hoy puedo decir que es más una falta de empatía, una falta de querer entender…

La impotencia y La incomprensión en mi caso fueron de la mano. Impotencia por no saber cómo expresar las cosas, como decirlas para que calen y no tener que estar siempre pendiente. Impotencia hasta el punto de bloquearte y simplemente no decir nada… Todo esto me conllevó a tener la sensación continua de ser un incomprendido, de pensar que esto siempre va a ser así, de que es mejor no hablar.

El aprendizaje. Esta es la parte más bonita. El momento en el que ves, el momento en el que se abren las puertas y te das cuenta de que todo tiene y tenía un sentido pero que no lo podías ver. El momento en el que atas cabos y quedas boquiabierto al ver como ha sucedido todo.  Esto ha sido un gimnasio, es y sigue siendo una formación continua donde las personas que La Vida, Dios, El Universo o aquello en lo que creas te ha puesto para que avances.

En mi caso puedo decir que el aprendizaje hasta el momento ha sido el de confiar más en mí, el de empezar a creer más en mi e ir soltando patrones que me ataban y me hacían no poder disfrutar el momento. El de no hacer las cosas por obligación, sino porque quiero hacerlas.

 

Y esto continua y es diferente para cada uno de nosotros. Si hay algo común para todas las personas es que nosotros mismos tenemos las respuestas, aunque no las veamos.

 

Así que déjate sorprender haciendo los cambios que estén a tu alcance, se feliz con lo que haces y hazte preguntas que te ayuden a continuar, a ver más allá… ¡¡Ámate!!

ELIJO CAMINAR MIS MIEDOS Y VOLAR RECONOCIÉNDOLOS

ELIJO CAMINAR MIS MIEDOS Y VOLAR RECONOCIÉNDOLOS

Honro las diferencias que nos unen y al mismo tiempo las que nos separan porque somos únicos, porque nos enseñan a empatizar y nos ayudan a construir el puente entre la mente y el corazón. El miedo reconocido nos conecta a la coherencia y a la consciencia individual y colectiva por eso elijo caminar mis miedos y volar reconociéndolos.

Cuando genuinamente soy feliz de compartir y entregarme desde lo que soy, estoy aprendiendo a “dar” con empatía equilibrada porque mi felicidad de dar no depende de quien recibe ni de cómo lo recibe sino del simple hecho de dar con sentido propio. Sin pena, lucha, ansiedad ni obligación.

Cuando genuinamente soy feliz de aprobar y abrirme desde lo que soy, estoy aprendiendo a “recibir” con empatía equilibrada porque mi felicidad no es complacer a quien me da sino aceptar con sentido y dignidad lo que recibo. Sin deuda, amenaza, mentira ni exigencia.

Empatía desde el equilibrio porque hay libertad y coherencia al dar y al recibir. Y desde dicha coherencia aprendo a empatizar conmigo y con los demás.

Aprendemos a empatizar o a insensibilizarnos desde que nacemos dependiendo de lo que se potencie en nuestro interior: “fortalezas” o “debilidades”. Si las relaciones, los límites y las condiciones nos ayudan a valorar nuestras fortalezas desarrollaremos empatía equilibrada. Y en el caso contrario, de dar más valor a nuestras debilidades desarrollaremos carencias o excesos que nos llevarán a desconectar con lo que sentimos y/o con lo que sienten los demás, justificándolo con indiferencia o dándole prioridad a lo que subjetivamente es “correcto” o “incorrecto”, poniendo en juego la valía, la dignidad y la sensibilidad en nuestras relaciones.

Cuando NO EMPATIZAMOS CON NOSOTROS MISMOS es porque en algún momento hemos aprendimos que era bueno o placentero “dar” y malo o doloroso “recibir”. Y cuando NO EMPATIZAMOS CON LOS DEMÁS es porque en algún momento hemos aprendimos que era bueno o placentero “recibir” y malo o doloroso “dar”. También existe la posibilidad de DESCONECTARNOS DE EMPATIZAR CON NOSOTROS Y CON LOS DEMÁS porque en algún momento aprendimos que era malo o doloroso tanto “dar” como “recibir” porque no fuimos escuchados, valorados o respetados en ninguna de las dos acciones.

La buena noticia es que el ser humano tiene todos los recursos en su interior para conectar consigo mismo, con los demás y con su entorno, dependerá de lo conectados o desconectados que estén su mente, con su corazón y su cuerpo. Para sanar el corto circuito que nos vuelva a conectar con la coherencia y la consciencia, no servirá de nada la obediencia, los premios ni los castigos porque solo la frecuencia del amor activará el amor propio, la confianza interior y la confianza en la vida.

Por eso mi manera de sentir, así como la tuya y la de cada ser humano son un reflejo de lo conectados que estamos y no de lo obedientes que somos. Pretender corregir o juzgar lo que sentimos o lo que sienten los demás nos aleja de la coherencia a todos. Ante alguien que siente miedo o frío (aplica para cualquier sentir) no tiene coherencia juzgarle o corregirle porque eso no hace desaparecer su sentir, al contrario, al negarlo o resistirnos a su existencia, reforzamos más su sentir porque estamos potenciando su debilidad y no su fortaleza, por nuestra parte estamos alimentando una lucha perdida por la falta de aceptación, entendimiento, empatía y solución con coherencia para todas las partes implicadas.

Todos nos conectamos desde una “frecuencia emocional” que nos lleva a sentirnos peor o mejor, más coherentes o menos coherentes, dependerá de lo conectados que estemos con nosotros mismos. No de lo inteligentes que somos, de la edad que tenemos ni de lo que otros nos quieren enseñar.

ME QUIERO, NO ME QUIERO

Me permito reconocer cuando me quiero y cunado no me quiero
Me quiero, No me quiero…
Cuando confío en mi antes que en los demás, me quiero.
Cuando hago mía la responsabilidad de los demás, no me quiero.
Cuando mi felicidad nace de mi claridad mental y el respeto propio, me quiero.
Cuando me esfuerzo por agradar a los demás, no me quiero.
Cuando digo lo que siento por mi bien y el bien de todos, aunque no guste, me quiero.
Cuando alimento apariencias, obligaciones y deudas, no me quiero.
Cuando me permito decir NO a la manera de vivir que me quita energía y decir SI a la manera de vivir que me renueva o aporta, me quiero.
Cuando retengo emociones, deseos y sueños, no me quiero.
Cuando me importa y atiendo lo que siento, me quiero.
Cuando me obligo a continuar por encima de mis límites, no me quiero.
Cuando me permito parar el tiempo que haga falta, hasta encontrar mi propio sentido, me quiero.
Cuando permito que otros me anulen, me obliguen o sean indiferentes conmigo, no me quiero.
Cuando confío en mi elección y en mi capacidad de aprender cada vez que lo hago, me quiero.
«Me permito reconocer cuando me quiero y cuando no me quiero»

ANTE LA DIFICULTAD, LA SALIDA ES HACIA DENTRO

ANTE LA DIFICULTAD, LA SALIDA ES HACIA DENTRO. Kinesiologia en Altea. Quiromasaje, Bioingeniería cuántica, masaje metamórfico. Alicante
ANTE LA DIFICULTAD, LA SALIDA ES HACIA DENTRO. Por lo general lo etiquetamos todo: malos y buenos, víctimas y agresores, débiles y fuertes. Creemos que rechazando lo que no nos gusta o lo que nos duele, lo solucionamos, pero realmente sólo nos sirve para compararnos, para sentirnos mejores o peores que los demás, para dar pasos en el mismo lugar, para guardar resentimiento o ambición y en el peor de los casos, para paralizarnos, rendirnos y soltar a otros toda la responsabilidad de lo que nos pasa. Pero en el fondo, todos queremos encontrar la salida y seguir avanzando, hacer lo que realmente queremos, encontrar respuestas y el sentido de estar vivos.

¿Por qué existen las situaciones difíciles y dolorosas?, ¿para qué?, ¿podemos salir bien librados de ellas? Si podemos, la dificultad o los “problemas” nos dan a elegir dos puertas.  Una de las puertas es muy grande y cómoda, es la que nos lleva a conocer el sufrimiento en cualquiera o en todas las facetas, una vez la atravesamos, nos envenenamos y envenenamos a otros y sin ni siquiera darnos cuenta. La otra puerta, es muy pequeña y estrecha, es la que nos lleva al aprendizaje, donde nos encontramos con nosotros mismos y entendemos el sentido que tiene la dificultad en nuestra vida.

Las dos puertas son válidas porque las dos nos permiten avanzar, de maneras diferentes, pero igualmente importantes. Si elegimos la puerta grande caminaremos hacia fuera, a nuestras anchas y posiblemente acompañados, sumando dolor, desarrollando capacidades para defendernos, luchar, rechazar y poner resistencia, enfocados en lo que el otro o los demás tienen que hacer, dejar de hacer o cambiar, preparados para la siguiente experiencia en la misma línea, acostumbrados a que la situación se repita una y otra vez en diferentes medidas y relaciones, nos sentimos cada vez más desconfiados, hechos a justificar juicios, quejas, amenazas y críticas. Si elegimos la puerta pequeña caminaremos hacia dentro, hacia el entendimiento de nosotros mismos, enfocados en ver la herida que tenemos dentro, en lo más profundo, algo que sigue roto o pendiente de limpiar, desarrollando la capacidad de volver a unir e integrar, con la certeza de que al cerrar los temas abiertos en nuestro interior, no volveremos a pasar por lo mismo, porque al bucear dentro y cerrar ciclos, fortalecemos nuestras bases, avivamos nuestras raíces para seguir creciendo a nivel personal y sin ni siquiera darnos cuenta, también crecemos a nivel familiar y social, la sensación al cruzar esta puerta es de agradecimiento y paz interior, porque entendemos el origen de nuestro dolor, y eso nos ayuda a seguir avanzando hacia donde queremos ir, nos permite ver hacia fuera con neutralidad a pesar de que el exterior aparentemente siga siendo el mismo o vaya a peor.

Es humano elegir primero la puerta grande porque es la que nos llevará por cansancio a elegir la puerta pequeña, la definitiva. La puerta grande es EL CAMINO y la puerta pequeña es LA SALIDA.

En la puerta grande las emociones nos superan y en la puerta pequeña las emociones son nuestros guías. Esto explica porque llega un momento en nuestras vidas en donde la dificultad, no deja de existir, pero si deja de ser un camino para convertirse en una salida. Es humano sentir todo tipo de emociones, el problema es perdernos en ellas y dejar de avanzar.

Avanzar es usar la salida, es ir hacia dentro, es volver al origen, al equilibrio, es permitirnos hacer lo que queremos, lo que más nos gusta, sin presionar ni despreciar a los demás porque están eligiendo sus propios caminos y salidas.

Lee también: http://sanati.es/una-mirada-a-nuestra-autoestima

USANDO EL MIEDO A NUESTRO FAVOR

Para soltar el peso sólo tenemos que saltar, usando el miedo a nuestro favor y lanzarnos a un nuevo cambio de consciencia.

Cuando los adultos aún no sabemos gestionar nuestras emociones y además hacemos responsables o culpables a los demás, por lo que sentimos o por lo que nos pasa, es una señal, de que nuestro niño interior o nuestra alma, como lo quieras llamar, tiene miedo, mucho miedo, y se ha convencido de no poder hacer nada al respecto. Pero si podemos, de hecho, es que no tenemos por qué seguir siendo niños eternos ni almas atrapadas en el miedo el resto de nuestras vidas. Existe una salida y se llama “Consciencia”. Si tomamos consciencia de nuestro miedo, se abre automáticamente la puerta que nos deja salir del bloqueo, ese exceso de miedo que nos impide avanzar, ese que no nos permite continuar con el proceso de crecer, y de aprender que tanto la felicidad como la ausencia de ella, no dependen de nadie y mucho menos de quienes amamos, de quienes nos han hecho daño o de lo que hacemos y tenemos. Nuestro crecimiento y nuestra felicidad sólo dependen de nosotros mismos, de volver a activar la capacidad que tenemos de seguir avanzando. Experimentar, Integrar, Aprender, ¡Evolucionar usando el miedo a nuestro favor!

 

Si la vida tuviera muchos caminos y cada camino empezara con una puerta. El miedo sería un paracaídas envuelto en una caja y en papel de regalo al lado de aquellas puertas que nos llevan a caminos muy intensos, similares a una caída o a un salto al vacío. La vida nos reserva un paracaídas exclusivamente para nosotros porque esas puertas específicamente lo requieren. Cuando el paracaídas hace parte del camino, necesitamos aprender a usarlo para poder superar la caída y seguir caminando, incluso más maduros y fortalecidos que antes. Pero mientras no entendamos esto, no actuaremos con confianza ni agradecimiento, todo lo contrario, cada vez que tengamos que abrir una puerta y no veamos el paracaídas con respeto y agradecimiento, viviremos otro tipo de caída, una que no nos deja ver lo bajo que caemos, actuando desde el desprecio, la ignorancia, la infravaloración o el sufrimiento en cualquiera de sus presentaciones como consecuencia, de no dar el paso, de darlo en otra dirección o de darlo sin recursos para superarlo. Y ante esta experiencia se crea una herida o trauma, nos convencemos de que el regalo no es útil, al contrario, aprendemos a verlo como una amenaza o una alarma que nos recuerda y nos hace re-experimentar una pérdida.

 

Así de contradictorio son nuestros miedos, justo aquello que más nos asusta, más nos duele o más nos paraliza, es aquello que mas necesitamos reconocer y valorar, darle su sitio y ocupar nosotros el nuestro para poder avanzar. El miedo en su justa medida nos da alas, nos ayuda a caer para poder levantarnos más fortalecidos, pero cuando no queremos ver ni aceptar el miedo que sentimos, nos quedamos atrapados en nuestra resistencia al miedo, sin darnos cuenta elevamos y aumentamos el poder de asustarnos y no conseguimos atravesar la puerta ni seguir nuestro camino.

 

Cuando abrimos una puerta que nos lleva a lo desconocido o al borde de un precipicio, aparece el miedo para ayudarnos a estar atentos a las señales y a las instrucciones que tenemos que seguir para dar el salto en condiciones. La propia situación que nos genera miedo, nos da todos los recursos, nosotros sólo tenemos que confiar, para poder valorar el regalo, para poder agradecer la experiencia de superación, para poder mantener despierto el interés y el sentido de vivirlo.

 

Una vez usado el paracaídas, tenemos que soltarlo, quitárnoslo de encima con agradecimiento, lo mismo que deberíamos hacer con el miedo, una vez nos ha acompañado en el salto nos despedimos de él, o de lo contrario lo llevaremos encima como una mochila enorme y pesada, que nos agotará hasta paralizarnos y rendirnos. Una vez superado el salto y sin el miedo a cuestas, nos sentiremos libres y tranquilos con nosotros mismos, con los demás y con las situaciones que se nos presenten.  Porque entendemos que somos responsables, dueños y creadores de lo que sentimos y de lo que hacemos, con mucha más confianza para asumir las consecuencias de seguir caminando sin apegos ni resistencias. 

 

Si entendemos que el miedo y todas las emociones son válidas y necesarias, a todas le encontraríamos su función en cada momento del camino. Las emociones que nos generan serenidad, nos confirman que vamos por un camino por el que podemos ver por dónde vamos, sin necesidad de peso ni cargas. Las emociones que nos generan sufrimiento nos confirman que tenemos resistencia a sentir miedo, que vamos por el camino con el paracaídas de mochila y además paralizados o lejos de la puerta de salida, por lo cual, no está mal sentir miedo, lo que nos hace daño realmente es quedarnos en el miedo mucho más tiempo del que necesitamos porque nos olvidamos de seguir caminando, nos quedamos petrificados y corremos el riesgo de perder el sentido y el norte.

 

Mientras más tardemos en saltar, más pesado nos parecerá el paracaídas. Para soltar el peso sólo tenemos que saltar, usar el miedo a nuestro favor, lanzarnos a hacer aquello que tanto tememos y dejarnos llevar por las señales del momento para seguir las instrucciones de vuelo.

Si todos y cada uno de los adultos nos ocupáramos de nuestro miedo y dejáramos a los demás que se ocupen del suyo, todos como humanidad avanzaríamos en el aprendizaje y en los procesos inconclusos, transformaríamos los obstáculos en oportunidades y dejaríamos de acumular emociones que sólo nos llevan a hacernos daño, a hacer daño a otros o a perder la cabeza. La mirada puesta en la salida es lo que nuestro niño herido o nuestra alma perdida necesitan.

 

Usando el miedo a nuestro favor nos lanzaremos a vivir un nuevo cambio de consciencia.

UNA MIRADA A NUESTRA AUTOESTIMA

 podemos confundir autoestima con autolesión, porque ser positivo, trabajador, luchador, perseverante, disciplinado o educado no nos asegura ser una persona consciente… Y desde la inconsciencia podemos dar por hecho muchas cosas, podemos hacernos daños y hacer daño a otros y a veces sin ni siquiera darnos cuenta.
Una mirada a nuestra autoestima

A veces es más fácil sospechar que necesitamos fortalecer nuestra autoestima cuando nos sentimos deprimidos, amargados, avergonzados, mal en algún sentido o menos que otras personas, pero cuando nos sentimos bien, incluso mejor que alguien o más que alguien, podemos confundir autoestima con autolesión, porque ser positivo, trabajador, luchador, perseverante, disciplinado o educado no nos asegura ser una persona consciente… Y desde la inconsciencia podemos dar por hecho muchas cosas, podemos hacernos daños y hacer daño a otros y a veces sin ni siquiera darnos cuenta.

Cuando nos sentimos débiles, vulnerables, limitados o perdidos es más fácil pedir ayuda o incluso recibirla sin pedirla, porque quien nos vea agonizando o en riesgo, nos auxiliará. Pero cuando físicamente somos fuertes, activos y sanos, no nos permitimos parar y mucho menos pedir ayuda ni dejarnos ayudar. Salvar, ayudar y ocuparnos de otros, en ocasiones es una compensación de nuestro dolor y de nuestro desorden interno. Por eso cuando toquemos fondo en algún sentido y nos parezca injusto, cabe aceptar el dolor que sentimos, parar y pedir ayuda porque no es un castigo, no es mala suerte, no es culpa de nadie. Sencillamente, son consecuencias de una autoestima herida, que necesita primeros auxilios.

De hecho, si el camino de la inconsciencia que estamos andando, nos lleva a la lucha donde unos son los malos y otro son los buenos; o nos lleva a la lástima donde unos son los débiles y otros son los fuertes; o nos lleva a ayudar a los demás donde dejamos de respetar nuestros límites para respetar los límites de otros, son señales que nos confirman que nos estamos alejando sin darnos cuenta, de nuestro equilibrio y de nuestra coherencia.

¿Qué está pasando con nuestra autoestima cuando vivimos al límite continuamente, sin tiempo, sin descanso, sin serenidad, sin orden, con la sensación de estar solos, en el aire, sin sentido, en un mundo malo, sin saber que queremos ni que sentimos, sin salida ante la maldad o el sufrimiento? Cuando vivimos en cualquiera de los dos extremos, tanto del control como de la falta de control, es cuando más posibilidades tenemos de sentirnos mejores o peores personas, y cualquiera de las dos posiciones son indicadores de una autoestima fuera de su centro.

En nuestra sociedad actual, es fácil creer que tenemos nuestra autoestima en su sitio, que tenemos razón y los demás no tienen ni idea de lo que es correcto, es muy común criticar, culpar o defendernos, y partiendo de esa distorsión no podemos hacer nada al respecto, pero la vida nos ayuda a darnos cuenta, enviándonos señales continuamente para hacer cambios o parar, y en el caso de no verlas, la intensidad y el volumen van subiendo el grado de dolor, de dificultad y sufrimiento en lo que vivimos en el día a día. Con el fin de sentirnos obligados a recalcular ruta, a reconocer donde estamos, quienes somos, hacer cambios que nos acerquen nuevamente a nuestra coherencia y a recuperar el sentido de vivir. La salida de este camino que parece ciego o ajeno a nosotros, está en nuestro interior, allí guardamos una herida abierta pendiente de sanar, temas pendientes que entender, que están pidiendo a gritos atención, cada vez que nos moleste o nos duela algo que otra persona hace o deja de hacer, es reflejo de nuestra herida que nos está diciendo “aquí estoy, soy la herida de tu alma la que te duele, no es la injusticia o el problema de fuera lo que tanto te molesta y te frustra”.

La seguridad y la fuerza que ponemos en el día a día y en las relaciones con los demás, nos pueden despistar, nos pueden hacer creer que tenemos todo bajo control y que el control es sinónimo de coherencia, pero pretender que unos ganen y otros pierdan es reflejo de la separación que alimentamos entre unos y otros. No nos damos cuenta que el esfuerzo nos aleja de la confianza, que la lucha nos aleja de la serenidad, que la razón nos aleja de la introspección, que la indiferencia nos aleja de la empatía, que la rigidez nos aleja de la tolerancia, y que toda esta tensión, debilita nuestra valía, pone en riesgo nuestra autoestima, no necesariamente en todos los aspectos, pero si en alguna dirección y en alguna medida.

Las heridas del alma no sangran, pero duelen y se infectan si no las atendemos, huelen mal y asustan, pero cuando las ignoramos no podemos hacer nada por nosotros mismos ni nos dejamos ayudar por nadie, preferimos continuar en modo queja, antes que aceptar que necesitamos volver a actuar con coherencia con nosotros mismos. Cualquier obsesión, adicción, actividad o reacción desproporcionada y repetitiva, será un síntoma evidente y una confirmación de lo mucho que necesitamos despertar de nuestra inconsciencia.

Todos queremos sanar nuestras heridas, pero a veces ante las más profundas y las más importantes, nos convencemos que somos incapaces de hacer algo al respecto, y preferimos mirar hacia fuera, sufrir y despreciar a quienes nos hacen recordar (sin darse cuenta) que estamos heridos, que seguimos sufriendo, y si la situación se repite continuamente, precisamente es para dejar de hacer lo mismo y que empecemos hacer cambios desde la responsabilidad de encontrar soluciones donde todos ganemos. Igual que pasa en el caso de las heridas físicas, cambiamos las formas y los medios para evitar volver a caer, y en situaciones graves, solo una ambulancia, una cirugía o la labor de muchos, puede ayudarnos, precisamente porque tenemos que volver a encontrarnos con nosotros mismos y con los demás.

LA VERDAD ES UN RIESGO

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En griego “verdad” es “ἀλήθεια” (aletheia): “lo que no está oculto”, “lo que se manifiesta claramente tal y como es en su ser”, «ser auténtico».

El idioma árabe añade un matiz afectivo a esta idea de verdad entendida como confianza. El verbo “sadaqa” (“صدق”) se traduce por “ser sincero”, “verídico”, “decir la verdad”, y es la raíz que da origen a la palabra “amigo” “sadyq” (“صديق”). Amigo es aquel a quien podemos decir la verdad y de quien podemos esperar la verdad, aquel en quien confiamos, a quien necesitamos para salir del error. Una amistad mentirosa, una amistad falsa, es tan imposible como un amor sin ternura o como un cariño frío.

¿Nos expresamos y actuamos tal y como somos, con transparencia? Ya nos gustaría, pero para allá vamos toda la humanidad, por el momento ya es un gran avance el que podamos reconocer que este mundo se ha caracterizado hasta el momento por la falta de coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos, y por la gran ignorancia sobre nosotros mismos.

Sin ir muy lejos, en el día a día vemos cómo sin pretenderlo hacemos daño a las personas que más nos importan, cómo dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo a lo que menos nos gusta e incluso a veces cómo nos obligamos a mantener relaciones o actividades que nos hacen daño.

En medio de tantas costumbres incoherentes y de leyes rígidas que anulan nuestra naturaleza de cambiar constantemente, hemos normalizado aquello que no es nuestro o ha dejado de tener sentido, por todo esto es que ser verdadero o decir la verdad es todo un riesgo.

Romper patrones desde la autenticidad es un riesgo al rechazo, a la crítica, a que te señalen, a que te llamen loco. Salir de lo cotidiano y del común es un riesgo a probar nuevas experiencias, a conocer lo que hay más allá de lo que se ve en primer plano y a encontrar aquello con lo que realmente te identificas, disfrutas y te sientes pleno. En un principio puede parecer un camino solitario, pero cuando menos nos lo esperamos nos vamos volviendo a encontrar con nosotros mismos y además acompañados, con un sentido propio al hacer lo que hacemos. Nos volvemos nuestro mejor amigo a la hora de tomar decisiones y de tomar el riesgo a lanzarnos al vacío haciendo lo que realmente queremos.

Nuestra originalidad es un riesgo que nos lleva a actuar con autenticidad para volver al origen, a lo natural y a nuestra verdadera esencia.

NO SOY EL HIJO QUE MIS PADRES ESPERABAN

Porque es imposible serlo, incluso en el “mejor” de los casos.

¿Es necesario que el hijo o hija sea lo que los padres quieren que sea? Por cultura, creencias o costumbres se podría pensar que sí, pero en realidad es imposible e innecesario porque los hijos aunque se parezcan o tengan un modelo a imitar por parte de sus padres también tienen su propia identidad, sus propias fortalezas y sus propias debilidades.

Independientemente de la educación, de las ayudas y de los estímulos durante su desarrollo, los hijos tienen sus propios objetivos en la vida y si no nos damos cuenta de esto, no podremos respetarles como nos gustaría.

Si un hijo cree que debe cumplir con las expectativas de sus padres es porque sus padres desde su ignorancia así se lo han transmitido directa o indirectamente.

Si un hijo se esfuerza por ser igual que su padre o madre es porque le idealiza. En estos casos los padres sin darse cuenta han permitido que sus hijos crezcan sintiéndose inferiores a ellos o sin el permiso de ser auténticos.

Si un hijo cree que puede hacer feliz o hacer daño a sus padres es porque en algún momento y desde la inconsciencia, los padres han dado esa responsable a su hijo.

Los hijos no son propiedad de los padres ni son los responsables de cumplir con las expectativas de nadie. Los hijos son realmente hijos de la Vida. Los hijos son prestados y también son maestros que vienen a enseñar a los padres la verdadera definición del amor incondicional a través del desapego. Los padres tan sólo son responsables del ejemplo, responsables del acompañamiento y de los límites que un hijo necesita antes de convertirse en adulto.

Los hijos «no adultos» son el resultado de lo que hacen o dejan de hacer sus padres, de sus experiencias y de sus herencias, pero no tienen que depender de los demás toda la vida porque en algún momento podrán tomar la responsabilidad de sus decisiones, a esto se le llama madurez y crecimiento, pero esto no dependerá de la edad sino del auto-conocimiento y del equilibrio de su autoestima.

Tener hijos o no, ser padres, madres o no, independientemente de esto todos los seres humanos somos hijos con objetivos en común, uno de ellos «Ser responsables de nuestras experiencias y herencias, dejar de ser niños sin olvidar que somos hijos y dejar de estar bajo la responsabilidad de los demás para empezar a ser responsables de nosotros mismos».

La felicidad de padres e hijos está directamente relacionada con el orden y el desorden en nuestros roles de responsabilidad.

El verdadero objetivo de todo padre y madre es la felicidad de sus hijos, incluso en los casos y relaciones más complejas este objetivo existe aunque no lo parezca a simple vista por la sencilla razón que los padres dan lo mejor de sí a sus hijos y la manera en que lo hagan al final sólo será un medio. Detrás de todo hijo, padre y madre existe un ser completo con la capacidad innata de vivir con autenticidad una historia única. Esto nos recuerda que la felicidad consiste en ser auténtico, volver a la esencia y a lo simple.

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