FELICIDAD: la capacidad de sentirme cerca y abierta a mi pequeña verdad, a corazón abierto.

Felicidad: la capacidad de sentirme cerca y abierta a mi pequeña verdad, a corazón abierto.

Me he pasado la vida intentando hacer feliz a los demás y es imposible, pero gracias a intentarlo, me he dado cuenta que sólo puedo ocuparme de la mía y haciéndolo, hago parte de la felicidad de los demás sin hacer nada.

Ahora sé que para permitirme hacer lo que realmente quiero, solo puedo recordar quien realmente soy y solo así, puedo volver a sentirme feliz.

Ahora sé que la felicidad no es lo que creía, pues no tiene que ver con fiesta, dinero, sexo o éxito. Ahora recuerdo, que la felicidad es la capacidad de sentirme, cerca y abierta a mi verdad, con confianza y sin expectativas.

La felicidad, me permite verme y sentirme parte de los demás, me permite ver a los demás como parte de lo que soy. La felicidad, además de hacerme sentir cerca y abierta a mi verdad, también me une a la verdad de los demás y a todo cuanto existe.

«Hoy he vuelto a recordar, la felicidad es la capacidad de compartir nuestra pequeña verdad, a corazón abierto».

PODEMOS SER ARMONIZADORES O DESARMONIZADORES

Podemos ser Armonizadores o Desarmonizadores

Podemos ser Armonizadores o Desarmonizadores

Además de ser armonizadores o desarmonizadores, también existe la posibilidad de ser una persona armonizadora y no saberlo. La podemos reconocer principalmente porque lo da todo de sí, darlo todo en cada momento es lo que más disfruta y más se le facilita. Su actitud de entrega total le hace creer que no tiene nada que perder y al mismo tiempo teme perder todo, le motiva imaginarse feliz e imaginar feliz a los demás. Puede sentir y empatizar con el dolor y las necesidades de otros, al mismo tiempo se puede frustrar o perder en la insensibilidad y en la invasión de los demás. Otro rasgo que les caracteriza, es su necesidad de hacer y cumplir acuerdos con quienes convive o comparte, porque no hacerlo desde su punto de vista, es avanzar sin o por encima de los demás, pero para quienes no pueden ver su punto de vista, su necesidad de hacer acuerdos y cumplirlos, solo es una actitud de superioridad molesta o una actitud infantil innecesaria para llamar la atención. También les caracteriza la pasión por lo que hace principalmente, porque confía plenamente en su sentir y en la Vida. 

Cuando una persona armonizadora no se da cuenta que lo es, no puede reconocer la magnificencia de su capacidad de amar y servir, y vive las consecuencias del desequilibrio con excesos o carencias en el plano personal, desequilibrándose por un exceso de confianza, convirtiéndose en una persona ingenua que no puede ver la complejidad ni asumir la responsabilidad de relacionarse con personas que se han convertido en “desarmonizadores” o con personas en el proceso de ser “armonizadores”. También puede desequilibrarse por la falta de confianza en sí mismo, convirtiéndole en una persona solitaria o invisible que aprende a pasar desapercibido, mientras armoniza silenciosamente su pequeño mundo con orden y sentido propio, disfrutando y compartiendo con los demás de manera dosificada y tímida, con miedo a dejarse ver tal cual es.

Armonizador o desarmonizador, dos roles del alma que hacen parte del equilibrio de la vida. El ARMONIZADOR es la persona conectada a la consciencia, porque su alma ya aprendió a conectar con la mente y el corazón, por eso puede ser coherente, ya puede recordar quien es sin dolor, puede ver el futuro con sentido y evolucionar en esa dirección siendo testimonio de lo que dice, piensa y siente. Cuando estamos cerca de un armonizador la sensación es muy agradable. El DESARMONIZADOR es la persona conectada a su mente inconsciente, que se alimenta del juicio y el control, es una persona incoherente, desinteresada en cumplir acuerdos y alimentar relaciones transparentes, porque su mayor interés está puesto en su apariencia y su poder, en su mundo interior no hay serenidad ni empatía, porque ha olvidado quien es y tiene la sensación de tener que conseguir y tener, ganando mientras otros pierden. Se suele presentar como un armonizador y a su lado inicialmente podemos sentir agradecimiento y respeto, pero de repente la sensación cambia y en el ambiente se respira confusión, debilidad y la necesidad de esforzarnos para agradarle o servirle.

Ya hemos hablado de armonizadores y desarmonizadores. Ahora hablemos del proceso de madurez espiritual o armonía por el que las almas elegimos pasar. Entendiendo que armonía es volver a recordar y unir las verdades de quienes somos, y desarmonía es el olvido y la separación de quienes somos.

Todos, empezamos el proceso de ser armonizadores, aprendiendo a “recibir” y a empatizar solo con nosotros mismos, sin poder empatizar con las necesidades de los demás porque no nos corresponde desarrollar todavía la capacidad de “dar”, así que empezamos defendiendo lo que creemos que nos pertenece o somos. Igual que un bebé cuando nace, que depende de los demás para vivir y depende de su llanto para dejar ver sus necesidades vitales. El alma bebé llora y recibe, esa es su salvación y su mayor avance.

Cuando el alma deja de ser bebé y se convierte en niño, la personalidad de ese ser humano con alma niño, suele ser divertida pero caprichosa, experto pidiendo y recibiendo pero inmaduro dando y compartiendo, se frustra rápidamente cuando no puede hacer lo que quiere o no le salen las cosas bien en el primer intento, suelen aparentar fortaleza pero en el fondo son solo ternura, su llanto o explosión ya no es su máxima salvación como le sucede al alma bebé. El alma niño son personalidades que lloran o se enferman para «pedir» lo que necesitan, hasta que aprenden a pedir dando y comunicando, y usarán el llanto hasta que dejen de conseguir lo que quieren con el llanto.

Cuando nuestra alma llega a la adolescencia, se abre a lo nuevo, a probar con el fin de disfrutar, desea aprender a dar, pero solo a cambio de algo, mantiene el interés por recibir, pero la curiosidad es su mayor motivación, no sabe medir ni ver las consecuencias de sus actos porque todo es nuevo, porque cree que lo que es o tiene se lo han dado o regalado, por lo cual cree que no le pertenece, muy en el fondo cree no ser ni tener nada, y esa sensación de vacío le lleva a correr riesgos sin miedo a perder. Así que empieza a experimentar su máxima plenitud haciendo lo que más les gusta y su mayor vacío haciéndose daño. En este caso el alma adolescente son personas que no lloran o lo ocultan porque el llanto para ellos es sinónimo de desventaja, por lo cual, son seres humanos que se enfocan en divertirse y se esfuerzan por ocultar lo que les duele para jugar a ser grandes, fuertes y maduros.

Cuando nuestra alma llega a la edad adulta, nos convertimos en seres humanos con una personalidad muy servicial, incluso desde que nacemos, porque sabemos que nuestra misión es dar sin interés para llegar a amar incondicionalmente, nos parece más importante dar que recibir no porque lo sea sino porque ya hemos aprendido a recibir en otras vidas y en esta, hemos venido a aprender a dar. Nuestras personalidades tienen un rol de “madre” porque necesitamos y queremos cuidar a otros o de “padre” porque necesitamos y queremos proteger a otros. El “llanto” deja de ser la salvación del “alma bebé”, el consuelo del “alma niño”, la debilidad del “alma adolescente”, y se convierte en un acto de “rendición” del “alma adulta”. El alma adulta cree que no necesita llorar, pero cuando lo hace es porque se ha rendido, ya sea porque cree haber fracaso, con la sensación de haberlo hecho todo sin resultado o porque no puede creer la plenitud de haber logrado mucho más de lo que imaginaba o cree merecer. 

En cuanto al alma antigua “el llanto” se convierte en su conexión, el puente entre la mente y el corazón, el motor que le lleva a integrar el sentido de la consciencia y la inconsciencia, de lo antiguo y lo nuevo. El llanto ajeno y propio se convierten en la chispa que rompe y al mismo tiempo une, el equilibrio entre lo que duele y motiva, porque le lleva a experimentar la unidad del todo y la nada al mismo tiempo. El llanto se convierte en un escape a la inclusión y a la totalidad de los que somos y hemos creído ser, el llanto deja ver la diferencia que no se ve, sin vanidad ni ambición. El alma antigua que no se ha dado cuenta que lo es, puede actuar como un alma bebé, o sea como un ser humano con una empatía extraordinaria pero al mismo tiempo dependiente, intolerante y temeroso que todo le duele o le asusta, o como un alma niño que se entretiene solo jugando, sin la confianza de poder hacer algo transcendental, porque no puede valorar el camino recorrido y sigue caminando a la espera de que algún día termine y alguien le explique lo que ha pasado. Pero cuando un alma antigua puede reconocer que lo es, el “llanto y todo lo que le duele” se convierte en su sentido de vida para permitirse amarse y amar, permitirse hacer lo que ama y hacerlo amando, convirtiéndose en un ser humano conectado a la consciencia, al servicio del amor incondicional y testimonio de lo que predica y sabe.

GRACIAS ANTONIO

Antonio fue un niño que sufrió porque nació sin la capacidad de obedecer sin antes entender el sentido integral de lo que hacía, se esforzaba al máximo por hacerlo, hizo todo lo que pudo hasta que se convenció de que por más que quisiera y lo intentara “no lo iba a conseguir” porque su cerebro y su corazón no sabían apagar la voz interior que le decían “¿por qué y para qué lo haces, qué sentido tiene hacerlo de esa manera y en ese momento?” por lo cual no podía acatar órdenes que contradecían su libertad innata de elegir, entender, compartir y de llegar a nuevos acuerdos donde se respetarán las diferencias y se encontrará un sentido propio para todas las partes.

Se llegó a convencer de que era malo porque no se sentía parte del sistema educativo que sus padres con la mejor intención habían elegido para él, se convenció de que era torpe porque no sacaba buenas notas, que era menos que los demás porque no se adaptaba a las normas estandarizadas, que era un fracaso porque hacia enfadar y perder dinero a sus padres, que era un inútil porque no conseguía darle gusto a los demás y que era un problema porque sus padres no sabían entender y mucho menos disfrutar su manera de ser y de ver la vida.

Ya no solo estaba desesperado por NO saber qué hacer, además estaba triste, asustado, frustrado, estaba en shock, se sentía solo en medio de mucha gente, se sentía un cero a la izquierda porque nadie veía su valía, por lo cual, se había convencido de no permitirse ser quien era, entendió que no era digno de ser amado, respetado, feliz, libre y mucho menos de conseguir hacer algo bien por él mismo y para los demás.

Aprendió a auto-sabotearse, auto-destruirse, obligándose a callar, comer entero, anularse, abandonarse, compararse, enfermar, ya no quería hacer nada porque su gran tesoro “su gran capacidad de vivir con sentido y coherencia propia” no había sido reconocido por las personas más importantes en su vida, no había sido parte activa del sistema educativo al que asistía, se había convencido de que “su vida no tenía sentido” y había encontrado soluciones temporales actuando desde la inferioridad y la superioridad, pero hacerlo tampoco le ayudaba.

La buena noticia es que nunca es tarde para que Antonio pueda reconocer su gran tesoro “su valía única de vivir con un sentido único”. Hoy puede ver que ha pagado el precio de vivir sintiéndose “excluido” por marcar la diferencia sin proponérselo, hoy está  transformando su experiencia traumática en un nuevo sentido de vida para una nueva humanidad, donde predomine la “inclusión”, donde todo niño se sienta digno, reconocido y apoyado por “sus propias capacidades y limitaciones”, y no por “las expectativas y creencias de un sistema estandarizado”, donde predomine el respeto por la autenticidad y no por las comparaciones y la competitividad.

 

Hoy Antonio agradece el aprendizaje que había detrás de su proceso traumático, gracias a sus experiencias más difíciles ha podido desarrollar la capacidad de valorar por el mismo su mayor riqueza, su gran potencial. Un potencial único, como todos los potenciales de cada ser humano. Un potencial que solo puede disfrutar cuando es reconocido como único. Un potencial que solo puede servir para los demás cuando es válido para su propia vida.
“Gracias Antonio por abrir tu corazón y permitirme escuchar el regalo que tienes para compartir y transformar la humanidad en una nueva humanidad”

(Personaje inventado, inspirado en todos los niños, adultos, mujeres y hombres que nos hemos convencido en algún momento, de NO ser lo suficientemente válidos ni dignos en nuestro entorno inmediato por ser quienes somos).

 

 

 text

 text

 text

 text

 

ELIJO CAMINAR MIS MIEDOS Y VOLAR RECONOCIÉNDOLOS

ELIJO CAMINAR MIS MIEDOS Y VOLAR RECONOCIÉNDOLOS

Honro las diferencias que nos unen y al mismo tiempo las que nos separan porque somos únicos, porque nos enseñan a empatizar y nos ayudan a construir el puente entre la mente y el corazón. El miedo reconocido nos conecta a la coherencia y a la consciencia individual y colectiva por eso elijo caminar mis miedos y volar reconociéndolos.

Cuando genuinamente soy feliz de compartir y entregarme desde lo que soy, estoy aprendiendo a “dar” con empatía equilibrada porque mi felicidad de dar no depende de quien recibe ni de cómo lo recibe sino del simple hecho de dar con sentido propio. Sin pena, lucha, ansiedad ni obligación.

Cuando genuinamente soy feliz de aprobar y abrirme desde lo que soy, estoy aprendiendo a “recibir” con empatía equilibrada porque mi felicidad no es complacer a quien me da sino aceptar con sentido y dignidad lo que recibo. Sin deuda, amenaza, mentira ni exigencia.

Empatía desde el equilibrio porque hay libertad y coherencia al dar y al recibir. Y desde dicha coherencia aprendo a empatizar conmigo y con los demás.

Aprendemos a empatizar o a insensibilizarnos desde que nacemos dependiendo de lo que se potencie en nuestro interior: “fortalezas” o “debilidades”. Si las relaciones, los límites y las condiciones nos ayudan a valorar nuestras fortalezas desarrollaremos empatía equilibrada. Y en el caso contrario, de dar más valor a nuestras debilidades desarrollaremos carencias o excesos que nos llevarán a desconectar con lo que sentimos y/o con lo que sienten los demás, justificándolo con indiferencia o dándole prioridad a lo que subjetivamente es “correcto” o “incorrecto”, poniendo en juego la valía, la dignidad y la sensibilidad en nuestras relaciones.

Cuando NO EMPATIZAMOS CON NOSOTROS MISMOS es porque en algún momento hemos aprendimos que era bueno o placentero “dar” y malo o doloroso “recibir”. Y cuando NO EMPATIZAMOS CON LOS DEMÁS es porque en algún momento hemos aprendimos que era bueno o placentero “recibir” y malo o doloroso “dar”. También existe la posibilidad de DESCONECTARNOS DE EMPATIZAR CON NOSOTROS Y CON LOS DEMÁS porque en algún momento aprendimos que era malo o doloroso tanto “dar” como “recibir” porque no fuimos escuchados, valorados o respetados en ninguna de las dos acciones.

La buena noticia es que el ser humano tiene todos los recursos en su interior para conectar consigo mismo, con los demás y con su entorno, dependerá de lo conectados o desconectados que estén su mente, con su corazón y su cuerpo. Para sanar el corto circuito que nos vuelva a conectar con la coherencia y la consciencia, no servirá de nada la obediencia, los premios ni los castigos porque solo la frecuencia del amor activará el amor propio, la confianza interior y la confianza en la vida.

Por eso mi manera de sentir, así como la tuya y la de cada ser humano son un reflejo de lo conectados que estamos y no de lo obedientes que somos. Pretender corregir o juzgar lo que sentimos o lo que sienten los demás nos aleja de la coherencia a todos. Ante alguien que siente miedo o frío (aplica para cualquier sentir) no tiene coherencia juzgarle o corregirle porque eso no hace desaparecer su sentir, al contrario, al negarlo o resistirnos a su existencia, reforzamos más su sentir porque estamos potenciando su debilidad y no su fortaleza, por nuestra parte estamos alimentando una lucha perdida por la falta de aceptación, entendimiento, empatía y solución con coherencia para todas las partes implicadas.

Todos nos conectamos desde una “frecuencia emocional” que nos lleva a sentirnos peor o mejor, más coherentes o menos coherentes, dependerá de lo conectados que estemos con nosotros mismos. No de lo inteligentes que somos, de la edad que tenemos ni de lo que otros nos quieren enseñar.

NO SOY EL HIJO QUE MIS PADRES ESPERABAN

Porque es imposible serlo, incluso en el “mejor” de los casos.

¿Es necesario que el hijo o hija sea lo que los padres quieren que sea? Por cultura, creencias o costumbres se podría pensar que sí, pero en realidad es imposible e innecesario porque los hijos aunque se parezcan o tengan un modelo a imitar por parte de sus padres también tienen su propia identidad, sus propias fortalezas y sus propias debilidades.

Independientemente de la educación, de las ayudas y de los estímulos durante su desarrollo, los hijos tienen sus propios objetivos en la vida y si no nos damos cuenta de esto, no podremos respetarles como nos gustaría.

Si un hijo cree que debe cumplir con las expectativas de sus padres es porque sus padres desde su ignorancia así se lo han transmitido directa o indirectamente.

Si un hijo se esfuerza por ser igual que su padre o madre es porque le idealiza. En estos casos los padres sin darse cuenta han permitido que sus hijos crezcan sintiéndose inferiores a ellos o sin el permiso de ser auténticos.

Si un hijo cree que puede hacer feliz o hacer daño a sus padres es porque en algún momento y desde la inconsciencia, los padres han dado esa responsable a su hijo.

Los hijos no son propiedad de los padres ni son los responsables de cumplir con las expectativas de nadie. Los hijos son realmente hijos de la Vida. Los hijos son prestados y también son maestros que vienen a enseñar a los padres la verdadera definición del amor incondicional a través del desapego. Los padres tan sólo son responsables del ejemplo, responsables del acompañamiento y de los límites que un hijo necesita antes de convertirse en adulto.

Los hijos «no adultos» son el resultado de lo que hacen o dejan de hacer sus padres, de sus experiencias y de sus herencias, pero no tienen que depender de los demás toda la vida porque en algún momento podrán tomar la responsabilidad de sus decisiones, a esto se le llama madurez y crecimiento, pero esto no dependerá de la edad sino del auto-conocimiento y del equilibrio de su autoestima.

Tener hijos o no, ser padres, madres o no, independientemente de esto todos los seres humanos somos hijos con objetivos en común, uno de ellos «Ser responsables de nuestras experiencias y herencias, dejar de ser niños sin olvidar que somos hijos y dejar de estar bajo la responsabilidad de los demás para empezar a ser responsables de nosotros mismos».

La felicidad de padres e hijos está directamente relacionada con el orden y el desorden en nuestros roles de responsabilidad.

El verdadero objetivo de todo padre y madre es la felicidad de sus hijos, incluso en los casos y relaciones más complejas este objetivo existe aunque no lo parezca a simple vista por la sencilla razón que los padres dan lo mejor de sí a sus hijos y la manera en que lo hagan al final sólo será un medio. Detrás de todo hijo, padre y madre existe un ser completo con la capacidad innata de vivir con autenticidad una historia única. Esto nos recuerda que la felicidad consiste en ser auténtico, volver a la esencia y a lo simple.

“LOS NIÑOS APRENDEN DE TODO LO QUE VEN, ¿Qué están viendo en mí?”

 

Si exijo o espero que los niños hagan lo que yo digo sólo por mis propios intereses, los niños entenderán que lo que yo espero y quiero de ellos es que sean seguidores, dependientes, inseguros, manipuladores o tiranos…

Si despierto el interés en ellos mismos para hacer lo que espero que hagan, asumo la responsabilidad de dar los recursos necesarios para que lo logren y además soy ejemplo de lo que espero que hagan, entenderán que pueden ser autónomos, auténticos, curiosos, libres, seguros,… y además tendrán una idea de cómo hacerlo.

Si permito que hagan lo que quieran sin límites y sin sentido, entenderán que pueden ser egocéntricos, intolerantes, derrochadores y caprichosos…

Si permito que hagan lo que sienten y además asumo la responsabilidad de dejar claro los límites y las consecuencias de lo que tengan a su alcance para elegir, entenderán el concepto de ser consecuente, empatizar, respetar, valorar, elegir y de cómo ser coherentes con ellos mismos.

Si prohíbo o niego la expresión de sus sentimientos, entenderán que tienen que ser diferentes a lo que realmente son, o sumisos, introvertidos, vergonzosos e incluso  agresivos.

Si me permito acompañar a los niños en su proceso de expresión de lo que realmente son, estaré generando confianza y seguridad para que reconozcan sus emociones,  entiendan que pueden ser tal cual son, que pueden desarrollar sus auténticas capacidades.

Sólo si me respeto, me entiendo y me acepto a mí misma podré acompañar a otros en su desarrollo desde el  respeto, entendimiento y aceptación.

Sólo si me acepto sin falsas expectativas, podré aceptar a los demás tal cual son, sin falsas expectativas.

“Porque lo digo yo…”

 

masaje infantil, kinesiología, bioingeniería cuántica, masaje metamórfico, quiromasaje, salud, terapias naturales, Pozuelo de Alarcón,

Soy libre de elegir lo que decido vivir, pero… ¿Soy libre o responsable de lo que los demás decidan vivir?.

Todos al igual que yo somos libres, niños o adultos, hombres o mujeres, conocidos o desconocidos…

Soy libre pero serlo no implica invadir la libertad de los demás…

Somos libres pero no estamos solos, no estamos desconectados unos de otros, ni de lo que nos rodea porque todos formamos la libertad.

Somos libres y esto incluye responsabilidad para asumir o experimentar lo que elegimos.

La vida es libertad y al mismo tiempo lo incluye todo. Somos el todo como la unidad formada por múltiples partes. Qué sentido tiene la justificación de: “Porque lo digo yo”… ¿A quién quiero convencer o engañar?

Mi presente

Los niños están siendo mi presente, ellos me están enseñando a recordar el lenguaje del amor.

Ellos saben dar y recibir cuando realmente lo sienten, sin pensarlo ni racionalizarlo, solo viven el presente, el instante del «ahora».
Me están enseñando que no debo tener miedo a dar amor, si lo doy disfrutando, a quien también puede disfrutarlo.
Me han enseñado que no debo tener miedo a ser rechazado porque quien rechace mi amor, me estará enseñando que estoy dando desde mi necesidad, a quien no lo ha pedido o no puede disfrutarlo justo en ese momento.
Me están enseñando, que todos los seres humanos somos seres de amor, que nuestro lenguaje original y universal lo expresamos amando.

Que mientras más juguemos, riamos, bailemos, cantemos, pintemos, escribamos o imaginemos, más libres y auténticos nos sentiremos.
Que llorar, enfadarnos, asustarnos y decir «no», también son necesarios para amar, vivir el ahora y ser nosotros mismos.
Que la verdadera riqueza la encontramos siempre en un solo instante: en el «ahora». Y la verdadera pobreza: en lo que «pudo ser» o «podría ser».

Que respirar, reír y amar son necesidades previas a comer, beber y dormir. Y que estas verdaderas necesidades, suelen estar escondidas hoy en día detrás de: comprar, trabajar, tener, hacer, quedar y controlar…

Que el amor coleccionado, atrapado o acumulado, huele a miedo, a odio, a ira y a escasez.

Qué el amor derrochado y desperdiciado, huele a soledad, a sometimiento, a humillación, a carga y a anulación.
Por todo esto, es que los niños viven el «ahora» porque el presente fluye como un río, sin sequías ni desbordamientos. 
Antes creía que éramos los adultos quienes teníamos que decir a los niños lo que debían de aprender. Ahora creo que todos somos maestros. Los niños nos recuerdan nuestro leguaje original y nosotros los adultos les enseñamos un mundo necesitado de amor.
La situación en la que nos encontremos en este instante, es nuestro «ahora» y es perfecto. No importa lo que te suceda sino cómo lo vives.

Es nuestra elección disfrutar el «presente» o resistirnos a él.

Traductor »