INDIFERENCIA O FRIVOLIDAD. ¿Qué estamos eligiendo o permitiendo?

 

Somos una civilización que usa la imposición y el miedo para conseguir objetivos, pero también una humanidad que quiere cambio con benevolencia para atender el miedo de todos.

La línea de insensibilidad tiene muchos matices: pereza, rechazo, indiferencia, juicio, egoísmo, insensibilidad, narcisismo, frivolidad…

Podemos ser indiferentes porque no nos damos cuenta, no tenemos interés, no sabemos cómo expresarnos, nos da miedo ser parte, porque creemos que no tenemos nada que aportar o creemos que es peor atender que actuar como si no pasara nada. Nos convertimos o aparentamos ser indiferentes porque no confiamos en nosotros mismos.

Podemos ser frívolos porque disfrutamos poseer y hacer con los demás lo que nos interesa, nos motiva crear estrategias para conseguir resultados a nuestro favor, aunque tengamos que pasar por encima de los demás, ir en contra o luchar para ganar el poder sobre otros. En estos casos la agresión se vive como justificación. No existe confianza en nada, al contrario, comprar o aparentar confianza hace parte de la estrategia. Nos convertimos en seres destructivos creyéndonos salvadores o dueños de los demás.

Cuando la confianza habla hay claridad y respuesta. La sensación es de cercanía y transparencia. Las palabras y los hechos dicen lo mismo. El resultado es benevolente para todos.

Cuando la desconfianza habla hay mentiras que aparentan claridad y respuesta, pero la sensación es de aturdimiento y pesadez. Las palabras y los hechos son contradictorios. El resultado es caótico.

La confianza nos permite abrirnos para dar y hacer lo que más queremos. Y la desconfianza nos cierra, nos sentimos incapaces de dar, obligados a hacer, a la espera, humillados o necesitados.

La confianza nos permite madurar y ser nosotros mismos el cambio que queremos ver. La desconfianza nos obliga a exigir o esperar que alguien ajeno solucione o se responsabilice del cambio que queremos.

La confianza nos despierta recursos propios para comunicarnos y entendernos. La desconfianza nos provoca consumir y depender de recursos ajenos para atacarnos, separarnos, compararnos y defendernos.

La confianza nos ayuda a desarrollar la capacidad de sostener para recuperar y sanar. La desconfianza nos hace intolerantes, inseguros, irascibles o conflictivos.

La confianza nos indica el camino hacia la paz y la felicidad con sentido propio. La desconfianza nos hace sentir perdidos y en peligro.

¿Pero cómo desarrollamos confianza en nosotros mismos?

Tratándonos con respeto, atendiendo con prioridad nuestras necesidades físicas, emocionales y mentales, de hecho, antes que intentar atender o cambiar las necesidades de los demás. Reconociéndonos como seres humanos y sagrados. Dignificando los “errores” o tropiezos como “desafíos” para encontrar la clave de la maestría dentro de nosotros mismos. Incluir todo lo vivido como un proceso importante para recordar quienes somos y para llegar a relacionarnos sin desatender el dolor humano. Tratándonos con mimo, porque si lo conseguimos podemos hacernos respetar y tratar con respeto, incluso a quienes no saben hacerlo.

“El día que los seres humanos nos respetemos a nosotros mismos, ese día nada ni nadie podrá herirnos ni anularnos”

Por lo cual, me permito reconocerme un ser humano con la grandeza de atender mi vulnerabilidad y de integrar cada vez más, la fortaleza y la transparencia en mí y en todas mis relaciones.

YO SOY UNICA YO SOY UNIDAD

Puedes pensar que me gusta estar en silencio y sola, cuando yo me siento conectada y acompañada.
Puedes creer que no me importa nada de lo que pasa en el mundo, cuando yo me siento el mundo.
Te puedo parecer una persona tímida, seria o aburrida, cuando yo me siento abierta, amando y disfrutando.
Te puedo parecer normal, cuando yo me siento bloqueada con exceso de información, atrapada en mis miedos y obligada a encajar en las costumbres.
Por lo cual lo que entiendes alimenta tú verdad y lo que entiendo, alimenta la mía.

¿Cuál es el sentido de que cada ser humano viva de manera diferente? Ya hemos vivido las consecuencias de imponer, obedecer y forzar la verdad de unos a otros. Ya hemos luchado para ir en contra de unos y a favor de otros, pero tampoco estamos donde ni cómo queremos. Ya hemos desistido y abandonado nuestras prioridades, nos hemos rendido y tampoco ha sido suficiente.

Incluso hemos vivido la sensación de no saber que es verdad, de no saber quiénes somos ni qué es lo que realmente queremos, de estar perdidos, a la espera o a la deriva, con la ilusión de que algo ocurra, de que alguien cambie o alguien nos ayude, porque no estamos a gusto, no queremos más de lo mismo.

¿Y si la solución es que nos permitamos ser diferentes y dignos por serlo?

Permitirnos ser y elegir, nos permite actuar con sentido propio, encontrar la manera y el momento para hacer algo que nos haga sentir mejor.

¿Y si la clave es recordar que somos libres, responsables y creadores?  Como para poder proponer nuevas maneras de hacer las cosas y recordar que la dignidad es la ganancia para todos los implicados, que las diferencias y las dificultades nos pueden acercar y ayudar a redescubrirnos y no sólo nos alejan o separan.

¿Y si dejamos de resistirnos al cambio? Por miedo a lo nuevo, por miedo a dejar ver nuestras infinitas capacidades.

¿Y si dejamos de obligarnos a ocuparnos de lo que no queremos? ¿Para que quienes, si quieran y a quien sí les corresponde, se ocupen?

¿Y si disfrutar es nuestra gran responsabilidad? ¿Para permitirnos descubrir cómo disfrutar cada paso y aclarar cada duda a tiempo?

“Disfrutar” sería nuestra garantía de que estamos avanzando. Y “Elegir” sería hacerlo con un sentido profundo y claro, diciendo “si” a lo que, si queremos asumir y diciendo “no” a lo que no nos pertenece elegir, sería nuestra gran fortaleza y nuestra transparencia a la hora de discernir. Soltaríamos la necesidad de esforzarnos para dar y para recibir, la necesidad de aislarnos o de demostrar, de tener que obedecer y agradar. Ya no “tendríamos” que purificarnos porque nos sentiríamos limpios, ni de protegernos porque nos sentiríamos a salvo, ni de tener que cuidarnos porque nuestra biología se auto regularía de manera orgánica, aceptaríamos nuestra imagen y nuestras formas, encajaríamos en nuestra vida porque habitaríamos nuestros límites, al tiempo que nos sentiríamos uno con todo.

Dejaríamos de mendigar respeto, de explicarnos a oídos sordos y de abrirnos con quienes necesitan seguir cerrados. Seríamos leales a nuestros propios acuerdos sin tener que sufrir porque los demás no lo son con los suyos.
Dejaríamos de enfadarnos cuando solo cabe el deseo de entender.
Dejaríamos de asustarnos con el mensajero para sorprendernos con el mensaje.
Dejaríamos de sentirnos indefensos para atrevernos a vivir la aventura de ser quien realmente somos.
Dejaríamos de predicar para contemplar la maestría que hay en cada instante.
Dejaríamos de sufrir con el antídoto, si reconocemos que le juzgamos de tóxico.
Dejaríamos de escondernos o perseguirnos por sentirnos ajenos.

Empezaríamos a sembrar en abundancia,  la “confianza del ser” y dejaríamos de sembrar carencia “por lo que aún no conseguimos hacer”.

LA SOMBRA

Nuestra sombra nos acompaña a donde vayamos.

En apariencia es inocente, insignificante, incluso invisible, pero si no la reconocemos nuestra, nos asusta y nos controla.

Nuestra sombra guarda todo lo que es secreto, se alimenta de nuestro esfuerzo por ocultar o negar lo que somos o hacemos, pero también nos puede nutrir y sostener si asimilamos de lo que no se ve o nos da miedo ver.

Mientras más secretos, más nos controla y más en peligro nos sentimos, porque lo que ocultamos nos avergüenza y lo que negamos nos hace soberbios.

Es fácil creer que nuestra sombra es “mala” si no entendemos su gran poder dentro del “bien”.

La sombra nos acompaña durante toda la vida para recordarnos que somos luz y sombra en unidad.

Pretender ser solo luz, nos hace gastar nuestra energía en las apariencias y en la estrategia para conseguir ser quienes no somos.

Ocultar y negar nuestra sombra nos intoxica, por lo cual, lo que comemos nos hace daño, nuestras relaciones nos ahogan, nuestros deseos nos hacen pobres, nuestros compromisos nos atan, nuestros objetivos nos pesan, nuestra visión nos hace dependientes.

El día que los seres humanos entendamos y practiquemos la aceptación de nuestra sombra, empezaremos a brillar. Ese día recordaremos nuestro poder de transformación como un acto de amor propio y de evolución sagrado.

Traductor »