Lo que siento, pienso y hago en coherencia es mi verdad. Y si lo reconozco, yo soy mi verdad.
Lo que oculto o ignoro, me controla. Es mi distorsión de mi verdad, expresada en obsesión y/o decepción. Si reconozco mi distorsión, me acerco de nuevo a mi verdad.
Yo soy la vedad que muere para nacer en una nueva verdad.
Me permito reconocer mi verdad para abrirme y volver a nacer, sin juzgarme y sin miedo a ser juzgada.
Me permito decir mi verdad para reconocerme, sin la necesidad de agradar, anular ni anularme.
Reconozco que la verdad con compasión sana a quien la escucha y la siente propia.
Reconozco que la verdad neutral, equilibra a quien se abre de par en par, y altera a quien pone resistencia.
Reconozco que la verdad incluye lo agradable y lo desagradable. Y no siempre vemos sus dos caras.
Reconozco que la verdad empodera si hay transparencia, y debilita si nos ocultamos en ella.
Reconozco que la bondad sin verdad hace sombra. Y la verdad sin bondad quema.
La verdad es cercana a la fortaleza, amiga de la confianza, hija de la responsabilidad, madre de la libertad y espejo del amor.
Mi verdad es mi camino, tu verdad es el tuyo y nuestra verdad nos une aunque no estemos juntos.
La verdad nace sin fachadas, crece sin campañas, sus cimientos son la propia experiencia, su fortaleza son las cicatrices sanadas, su diseño es único y su publicidad es la resonancia conectada.
La verdad desnuda para soltar la vergüenza y la vanidad, atrae para despertar responsabilidad y transparencia, entra para liberar culpa y decepción.
La verdad nos lleva de regreso a casa, para recordar que somos un armónico infinito.