
Podemos ser Armonizadores o Desarmonizadores
Además de ser armonizadores o desarmonizadores, también existe la posibilidad de ser una persona armonizadora y no saberlo. La podemos reconocer principalmente porque lo da todo de sí, darlo todo en cada momento es lo que más disfruta y más se le facilita. Su actitud de entrega total le hace creer que no tiene nada que perder y al mismo tiempo teme perder todo, le motiva imaginarse feliz e imaginar feliz a los demás. Puede sentir y empatizar con el dolor y las necesidades de otros, al mismo tiempo se puede frustrar o perder en la insensibilidad y en la invasión de los demás. Otro rasgo que les caracteriza, es su necesidad de hacer y cumplir acuerdos con quienes convive o comparte, porque no hacerlo desde su punto de vista, es avanzar sin o por encima de los demás, pero para quienes no pueden ver su punto de vista, su necesidad de hacer acuerdos y cumplirlos, solo es una actitud de superioridad molesta o una actitud infantil innecesaria para llamar la atención. También les caracteriza la pasión por lo que hace principalmente, porque confía plenamente en su sentir y en la Vida.
Cuando una persona armonizadora no se da cuenta que lo es, no puede reconocer la magnificencia de su capacidad de amar y servir, y vive las consecuencias del desequilibrio con excesos o carencias en el plano personal, desequilibrándose por un exceso de confianza, convirtiéndose en una persona ingenua que no puede ver la complejidad ni asumir la responsabilidad de relacionarse con personas que se han convertido en “desarmonizadores” o con personas en el proceso de ser “armonizadores”. También puede desequilibrarse por la falta de confianza en sí mismo, convirtiéndole en una persona solitaria o invisible que aprende a pasar desapercibido, mientras armoniza silenciosamente su pequeño mundo con orden y sentido propio, disfrutando y compartiendo con los demás de manera dosificada y tímida, con miedo a dejarse ver tal cual es.
Armonizador o desarmonizador, dos roles del alma que hacen parte del equilibrio de la vida. El ARMONIZADOR es la persona conectada a la consciencia, porque su alma ya aprendió a conectar con la mente y el corazón, por eso puede ser coherente, ya puede recordar quien es sin dolor, puede ver el futuro con sentido y evolucionar en esa dirección siendo testimonio de lo que dice, piensa y siente. Cuando estamos cerca de un armonizador la sensación es muy agradable. El DESARMONIZADOR es la persona conectada a su mente inconsciente, que se alimenta del juicio y el control, es una persona incoherente, desinteresada en cumplir acuerdos y alimentar relaciones transparentes, porque su mayor interés está puesto en su apariencia y su poder, en su mundo interior no hay serenidad ni empatía, porque ha olvidado quien es y tiene la sensación de tener que conseguir y tener, ganando mientras otros pierden. Se suele presentar como un armonizador y a su lado inicialmente podemos sentir agradecimiento y respeto, pero de repente la sensación cambia y en el ambiente se respira confusión, debilidad y la necesidad de esforzarnos para agradarle o servirle.
Ya hemos hablado de armonizadores y desarmonizadores. Ahora hablemos del proceso de madurez espiritual o armonía por el que las almas elegimos pasar. Entendiendo que armonía es volver a recordar y unir las verdades de quienes somos, y desarmonía es el olvido y la separación de quienes somos.
Todos, empezamos el proceso de ser armonizadores, aprendiendo a “recibir” y a empatizar solo con nosotros mismos, sin poder empatizar con las necesidades de los demás porque no nos corresponde desarrollar todavía la capacidad de “dar”, así que empezamos defendiendo lo que creemos que nos pertenece o somos. Igual que un bebé cuando nace, que depende de los demás para vivir y depende de su llanto para dejar ver sus necesidades vitales. El alma bebé llora y recibe, esa es su salvación y su mayor avance.
Cuando el alma deja de ser bebé y se convierte en niño, la personalidad de ese ser humano con alma niño, suele ser divertida pero caprichosa, experto pidiendo y recibiendo pero inmaduro dando y compartiendo, se frustra rápidamente cuando no puede hacer lo que quiere o no le salen las cosas bien en el primer intento, suelen aparentar fortaleza pero en el fondo son solo ternura, su llanto o explosión ya no es su máxima salvación como le sucede al alma bebé. El alma niño son personalidades que lloran o se enferman para «pedir» lo que necesitan, hasta que aprenden a pedir dando y comunicando, y usarán el llanto hasta que dejen de conseguir lo que quieren con el llanto.
Cuando nuestra alma llega a la adolescencia, se abre a lo nuevo, a probar con el fin de disfrutar, desea aprender a dar, pero solo a cambio de algo, mantiene el interés por recibir, pero la curiosidad es su mayor motivación, no sabe medir ni ver las consecuencias de sus actos porque todo es nuevo, porque cree que lo que es o tiene se lo han dado o regalado, por lo cual cree que no le pertenece, muy en el fondo cree no ser ni tener nada, y esa sensación de vacío le lleva a correr riesgos sin miedo a perder. Así que empieza a experimentar su máxima plenitud haciendo lo que más les gusta y su mayor vacío haciéndose daño. En este caso el alma adolescente son personas que no lloran o lo ocultan porque el llanto para ellos es sinónimo de desventaja, por lo cual, son seres humanos que se enfocan en divertirse y se esfuerzan por ocultar lo que les duele para jugar a ser grandes, fuertes y maduros.
Cuando nuestra alma llega a la edad adulta, nos convertimos en seres humanos con una personalidad muy servicial, incluso desde que nacemos, porque sabemos que nuestra misión es dar sin interés para llegar a amar incondicionalmente, nos parece más importante dar que recibir no porque lo sea sino porque ya hemos aprendido a recibir en otras vidas y en esta, hemos venido a aprender a dar. Nuestras personalidades tienen un rol de “madre” porque necesitamos y queremos cuidar a otros o de “padre” porque necesitamos y queremos proteger a otros. El “llanto” deja de ser la salvación del “alma bebé”, el consuelo del “alma niño”, la debilidad del “alma adolescente”, y se convierte en un acto de “rendición” del “alma adulta”. El alma adulta cree que no necesita llorar, pero cuando lo hace es porque se ha rendido, ya sea porque cree haber fracaso, con la sensación de haberlo hecho todo sin resultado o porque no puede creer la plenitud de haber logrado mucho más de lo que imaginaba o cree merecer.
En cuanto al alma antigua “el llanto” se convierte en su conexión, el puente entre la mente y el corazón, el motor que le lleva a integrar el sentido de la consciencia y la inconsciencia, de lo antiguo y lo nuevo. El llanto ajeno y propio se convierten en la chispa que rompe y al mismo tiempo une, el equilibrio entre lo que duele y motiva, porque le lleva a experimentar la unidad del todo y la nada al mismo tiempo. El llanto se convierte en un escape a la inclusión y a la totalidad de los que somos y hemos creído ser, el llanto deja ver la diferencia que no se ve, sin vanidad ni ambición. El alma antigua que no se ha dado cuenta que lo es, puede actuar como un alma bebé, o sea como un ser humano con una empatía extraordinaria pero al mismo tiempo dependiente, intolerante y temeroso que todo le duele o le asusta, o como un alma niño que se entretiene solo jugando, sin la confianza de poder hacer algo transcendental, porque no puede valorar el camino recorrido y sigue caminando a la espera de que algún día termine y alguien le explique lo que ha pasado. Pero cuando un alma antigua puede reconocer que lo es, el “llanto y todo lo que le duele” se convierte en su sentido de vida para permitirse amarse y amar, permitirse hacer lo que ama y hacerlo amando, convirtiéndose en un ser humano conectado a la consciencia, al servicio del amor incondicional y testimonio de lo que predica y sabe.