
Es importante el tipo y el estado de la semilla, tan importante como el de la tierra porque si alguna de las dos partes no es apta o no está preparada, no habrá fruto, aunque haya luz, agua y todos los recursos necesarios.
Si pudiéramos ver la “ayuda” como una “semilla”. Y a la “persona que necesita de otros para su transformación”, como la “tierra en dónde caerá la semilla”, veríamos con mayor perspectiva el “propósito de ayudar y ser ayudado”.
A ningún ser humano nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer, que nos señalen, critiquen o juzguen. Al contrario, nos gusta sentirnos reconocidos, apoyados y valorados. Pero esta teoría no es tan fácil de aplicar cuando actuamos desde la ignorancia del equilibrio de la Vida, de quienes somos, de nuestras capacidades y la de los demás.
En los casos, en que la opción de ayudar nace de emociones positivas y equilibradas como el respeto, la compasión, la libertad, la verdad, la confianza, el entendimiento, el agradecimiento… estamos sembrando semillas vivas, sin el interés de interrumpir el proceso de fotosíntesis y de transformación natural de cada persona. En estos casos, el interés de que todas las partes se vean beneficiadas es parte de nuestro propósito.
En los casos, en que la opción de ayudar nace de emociones negativas y contradictorias como la lucha, el sacrificio, ,la crítica, la mentira, la pena, la vergüenza, la necesidad, la carencia, la amenaza, la culpa, la violencia… estamos sembrando semillas alteradas o sin vida, sin el interés ni la capacidad de valorar los procesos de todos y de cada una de las partes, al contrario nos sentimos con el derecho de obligar, acelerar, evitar o cambiar a otros a que sean como nosotros, convirtiéndonos en héroes, salvadores o jueces, con el derecho de criticar el equilibrio de los procesos individuales y de poner en duda el equilibrio de la naturaleza y de la creación universal.
Cuando ayudamos a personas que NO nos han pedido ayuda, porque posiblemente no pueden pedirla en ese momento o no están dispuestas a valorar lo que hagamos, y aún así ayudamos, es lo mismo que sembrar en tierra “no preparada” o en tierra “ajena”, invadimos o nos invaden sin darnos cuenta, nos frustramos porque nos hacemos falsas expectativas y porque no conseguimos recoger la cosecha.
Cuando ayudamos a personas que, SI nos la han pedido, y además tienen la capacidad de valorar y asumir las consecuencias de lo que piden, se hacen responsables de los cambios que la ayuda les impulsa a hacer. En estos casos, nuestras semillas han sido sembradas en tierra fértil, preparada para producir y multiplicar los procesos de transformación. Vamos ligeros por la vida, sin las consecuencias de invadir, obligar ni manipular a nadie a ser responsable, tampoco nos sentimos utilizados ni obligados a huir de los demás, porque nos basta y sobra, ser responsables de nosotros mismos y de nuestra propia siembra.
Cuando NO sabemos pedir ayuda o rechazamos la ayuda, se hace pesado, convertimos la vida en una lucha, nos convencemos de que la vida es dura e injusta, nos convencemos de que tenemos que cambiar el mundo, nos volvemos expertos jueces de la siembra de los demás. Pero la Vida es perfecta y nos recuerda que abonar durante la siembra también hace parte importante del proceso de crecer.
¿Cómo podemos ayudar a personas necesitadas que no se dejan ni piden nuestra ayuda? ¿cómo sembrar en tierra no fértil o no apta para sembrar?… Usando nuestra semilla como abono en nuestra propia tierra, en nuestra propia siembra. Ocupándonos y conociéndonos a nosotros mismos, evitamos sembrar nuestras semillas en tierra no preparada y evitando invadir tierra ajena.
Sembrar o abonar en nosotros mismos nos permite ocupar nuestro sitio, cuidarlo y disfrutar de nuestra propia cosecha, sin expectativas, pero con la confianza de que podrá ser compartida con quien quiera y la pueda valorar. No es un acto egoísta, al contrario, es un acto de respeto, de mucho valor y responsabilidad por nuestra parte, de aprender a ver nuestros límites, nuestros procesos, nuestras capacidades y la de los demás.