En su momento sólo sabía que me dolía lo que los demás hacías y decían. Después llegue a creerme una víctima de las decisiones ajenas y del sistema, según iba creciendo empecé a actuar como si todo y todos pudieran y quisieran hacerme daño, aprendí a vivir sin confianza, a centrarme en los problemas, mi día se basaba en las obligaciones, en lo correcto e incorrecto, en el esfuerzo y en la lucha.
Hasta que me cansé y reventé en llanto, todo me dolía, poco a poco me fui sintiendo cada vez más sola, me sentí enferma, incluso me sentía muerta en vida, no quería más de lo mismo, llegué a creer que la vida era dura y difícil. Y sin darme cuenta, todo esto me llevó a aislarme, a estar quieta y en silencio absoluto.
Y en esta silenciosa quietud, pude recordar, incluso pude agradecer todo el proceso y pude reconocer que cada momento fue necesario para experimentar una misma situación desde diferentes perspectivas. Pude ver claramente que la situación siempre fue la misma pero era yo quien iba cambiando el enfoque y la apertura, porque me lo permitía o me saciaba de ver lo mismo.
Ahora sé que nada fue un error, que nunca me equivoqué, que sólo fue un juego de la mente pretendiendo encontrar una explicación al por qué nadie se puede equivocar. Y por fin entendí que todo sirvió y que todo sirve, que todo está relacionado y que todo tiene un profundo sentido.
Cuando pude ver todo esto, empecé a vivir desde la certeza de que siempre y en cada momento soy yo quien elige todo lo que me llega o se me cruza en la vida y además, soy yo quien elige como vivirlo y hasta cuando vivirlo, consciente o no, todos tenemos esa capacidad y es tan simple y natural que no necesitamos esforzarnos por desarrollarla pero desde la mente esto no lo podemos ver.